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Uruguay no solo perdió competitividad en los últimos quince años, es tan o más grave ser deficitarios en productividad. Es decir en el resultado laboral de nuestra gente. Las comparaciones son odiosas, pero necesarias. Si tomamos países claves en productividad, hay una distancia muy grande con lo que rinde un trabajador del Hemisferio Norte, que no es casualidad  reúne a los países mas  desarrollados del planeta. Hablamos de países como Alemania, Finlandia y Suecia.

En el ranking de América Latina,  Uruguay  se ubica  en el lugar número treinta y cinco. ¿Qué quiere decir eso? Que cuando un alemán coloca cien ladrillos, un uruguayo llega apenas a treinta y cinco. Hay que entender que en este análisis, no se deja de atender lo humano y lo robotizado. En Uruguay, donde también hay empresas robotizadas, que arrojan ejemplos claros, que confirman la escasa voluntad de la fuerza laboral. En la industria automotriz  hemos tenido los ejemplos de las chinas Cherry y Liffan que se instalaron para  fabricar motores , piezas y armar  algunos  modelos.  Vinieron con tecnología de punta, con la cual, apuntaron a producir cuarenta unidades por día como lograban en sus plantas industriales en China.  Acá, en el mejor momento  llegaron a producir quince. En ANCAP, la refinería esta parada en su proceso de  mantenimiento y ajuste. A fin de año, se tendría que haber llegado al 25% del trabajo planificado. La realidad, muestra que solo se llegó a un 4 %.  La explicación – justificación, es que hay coyunturas laborales que no están claras.

Todo esto, deja en claro, que se perdió aquella cultura de trabajo que aportaron los inmigrantes, antes de Europa, ahora de hermanos países de América del Sur. Son los que trabajan sin mirar el celular en la mano, para emitir o recibir mensajes y mirar cuanto le falta para terminar su jornada…

Los mismos, que si se les exige que cumplan, se presentan en la Oficina de Trabajo, reclamando por  supuestos abusos o condiciones cuestionables de trabajo.  Todo en base a lo alentado desde algunos sindicatos y  fuerzas políticas de desunión, de lucha de clase entre los  empresarios e inversores que son los que crean y generan los puestos de trabajo que tanto escasean en esta dura realidad. El país, necesita un gran pacto de unión, de integración entre  empresas, recursos humanos y gobiernos.

Todo apuntando a crear hábitos de trabajo, prácticas productivas y valores en el mundo laboral, para que todos sean conscientes de los derechos pero también de los deberes.  Es decir cambiar el “chip” actual, de que valen los derechos y  muy poco las obligaciones. Quizás para ello, se debería comenzar a trabajar y concientizar desde la escuela, de que en este mundo en que vivimos, sin   educación, esfuerzo, voluntad, capacitación y productividad laboral, poco se logrará en la realización personal.

Solo con esa base, se logrará mayor estabilidad y competitividad en las empresas, permitiendo elevar los niveles de vida de los trabajadores.

Entendemos y sostenemos, que el fundamento que determina el valor del trabajo es, en primer lugar, la dignidad de la persona. Es clave, que el trabajo humano tenga un valor ético y trascendente, además del valor económico. El trabajo es el medio por excelencia para que una persona y su familia se sostengan. Y también tiene que ser un medio para que las empresas se desarrollen. No hay trabajo sin empresarios, no hay empresas sin trabajo. El trabajo por lo tanto, es la  fuente de realización y progreso de un país y su gente. Todo en el marco de un esfuerzo con respeto y valoración tanto de quien da empleo como de quien con su trabajo, permite su desarrollo y sustentación en el tiempo. Nosotros  valoramos como ideal, aquello de que  un buen capitalista—como proponía Keynes— es aquel que quiere que haya pleno empleo para que lo que produce un trabajador lo pueda comprar otro trabajador y de esa manera, tener en funcionamiento pleno una  economía real, que permita lo que todos anhelamos:  el simple vivir cada día mejor.

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