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Por Luis Hierro López
La sociedad debe amparar a los más débiles y desamparados, pero a la vez tiene que dar impulso a quienes se distingan por sus talentos y virtudes. En el emotivo homenaje a Alejandro Atchugarry tuve oportunidad de mencionar, a propósito de las ideas que él tenía sobre la libertad y el trabajo, que la sociedad uruguaya tiene que seguir amparando a los más débiles y desamparados, pero a la vez debe promover incentivos para aquellos ciudadanos que se distingan por sus talentos y virtudes, esa sabia y profunda caracterización que hace la Constitución.

Esta es la concepción contraria a la que prevalece en el país, dado que la aspiración de justicia ha llevado a los gobiernos frenteamplistas a igualar hacia abajo –como hacen siempre los socialismos– apretando a la clase media y castigando más duramente a quienes más han estudiado o más han trabajado.
El comportamiento de los impuestos a la renta de las personas físicas y a la asistencia de la seguridad social ejemplifica lo que piensa el gobierno al respecto: cada vez aumenta más la presión sobre los sueldos y las jubilaciones desmintiendo definitivamente el eslogan de que “pague más el que más tiene”. La pesada carga para financiar el gasto del Estado y los despilfarros del gobierno la llevan la clase media, los trabajadores, los pequeños empresarios, los profesionales y – para colmo – un sector de los pasivos. Las exoneraciones a jóvenes, emprendedores e innovadores son mínimas o no existen, cuando en realidad es de esa forma, premiando y estimulando, que el Estado podría marcar las orientaciones y los impulsos que promuevan el estudio, el trabajo y el libre ejercicio de las profesiones.
Los avances tecnológicos y los cambios sociales tan abruptos que vive el mundo obligan a un país pequeño como Uruguay a ser cada vez más audaz y más competitivo. No podemos desconocer la revolución de la inteligencia que golpea nuestras costas, tenemos que asumirla y tratar de aprovecharla y cuanto antes, mejor. Eso requiere uruguayos independientes de criterio, preparados para pensar en términos científicos y tecnológicos, personas auto responsables que se animen a emprender nuevas actividades económicas o comerciales. Esos jóvenes no necesitan empleos públicos ni otras prebendas del Estado, sino que se les libere de impuestos injustos y de regulaciones asfixiantes, esas trabas tan clásicamente uruguayas que trancan todo.
Esa es la sociedad de los estímulos que promovía Atchugarry y que los batllistas estamos impulsando hoy, para lo que habrá que hacer una removedora transformación de la Enseñanza que genere un cambio profundo de las mentalidades. Tenemos derecho a seguir siendo el país igualitario y solidario que orgullosamente hemos sido, pero no a costa de castigar a los que quieren progresar y avanzar. Dice la Constitución que “todas las personas son iguales ante la ley, no reconociéndose otra distinción entre ellas sino la de los talentos o las virtudes”. Recojamos esa sabia sentencia y pongamos en marcha la sociedad de los talentos y las virtudes, de la inteligencia y el esfuerzo.

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