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Todavía me duele la paliza recibida tan limpiamente. La victoria del Frente Amplio y Yamandu Orsi fue contundente al tiempo que el fracaso de la Coalición Multicolor y Álvaro Delgado fue escandaloso. Hay varios factores que pueden explicar el resultado, elementos para el debate de intelectuales, para la mayoría de la gente uno ganó y otro perdió, y punto.

La Coalición Republicana ganó en la primera vuelta del último domingo de octubre, fue un 48 a 43%. Así de simple. ¿Cómo en un mes se pierde el balotaje 46 a 50? Exactamente al revés…

Sin ofender a nadie ni pasarme de listo, sin intención de eludir responsabilidad alguna, creo que el diferencial en primer y notorio lugar fue el candidato Álvaro Delgado y su compañera de formula Valeria Ripoll. Dos razones: por algún motivo no logró retener en su totalidad a la barra general, hubo blancos, colorados y otros que no repitieron en noviembre lo que votaron en octubre. Otra, la designación de Ripoll como candidata a la vicepresidencia no fue una buena decisión, por lo menos no enamoró ni entusiasmó a una buena parte del electorado que probablemente no fuera a votar.

Creo que un aspecto sustancial fue la naturaleza de la campaña y el mensaje central de Álvaro Delgado de las elecciones generales primero y del balotaje después: emuló en demasía a Luis Lacalle y jugó el partido de la reelección y continuismo del gobierno. Está comprobado que el electorado del mundo, no solo el de Uruguay, no vota pasado sino futuro, no vota gestión realizada sino promesa por cumplir, no vota por cuestiones económicas, déficit fiscal o notas de calificadoras financieras sino por el aumento de gasto en jubilaciones, las alegres políticas distributivas de la riqueza, la generación de trabajo de la nada y el aumento del salario real como fuera. La diferencia que hace a la cuestión, por lo menos a una parte de electorado definitorio de la contienda, es que mientras un candidato insiste en “Yo o nosotros hicimos” el otro se limita a señalar “Yo haré”, y eso es suficiente. En términos generales y en forma grosera.

Hay excepciones a esta regla, por ejemplo la lucha contra la Casta y la Motosierra de Javier Milei que le entregó la banda presidencial de la nada de la República Argentina, un país al borde de la hiperinflación y el colapso como nación. Y además claro que la buena nota del gobierno pasado y la popularidad del presidente Lacalle fue muy importante para la base electoral de la Coalición, un 48 por ciento estuvo de acuerdo y votó en consecuencia. El problema siempre es el porcentaje pendular, los ratones del flautista de Hamelin, cautivarlo a favor cuesta más amor exagerado y cierta demagogia. Y si por cierta razón se cae en la tentación de intentarlo entonces correría peligro de molestar a la barra mayoritaria estructural, puede resultar más caro el remedio que la enfermedad… nunca se sabe.

En una diferencia de 100 mil votos entre uno y otro candidato, todos estos elementos pesan en la sumatoria de hechos, una cosa se suma a la otra y ahí están los resultados.

He sentido alguna acusación directa sobre que los culpables de la derrota son los colorados porque no votaron en su totalidad a Delgado sino a Orsi, o anulado o en blanco. Y ponen arriba de la mesa el recuerdo del voto casi unánime de los blancos no solo para un colorado sino particularmente para uno de nombre Jorge Batlle. Es probable que sea cierto que algunos colorados perdidos hayan votado a Orsi pero no son los únicos culpables de la caída en desgracia de Delgado. Y además enn el pasado los colorados han votado sistemáticamente a los candidatos blancos en el balotaje, no en patota pero en mayoría sustancial.

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