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Un 31 de marzo Baltasar Brum se quitaba la vida.
Había nacido en 1893, “Llevaba, como todos los salteños, el Salto en el alma”, diría el Profesor Flores Silva.
Brillante alumno del IPOLL, tras recibirse de abogado volvió a nuestra ciudad donde ejerció su profesión y se desempeñó como vicepresidente de la Junta Económico Administrativa.
Fue designado Ministro siendo aún muy joven y con 35 años fue electo Presidente de la República.

Alberto Candeau, relataría con vibrante emoción los versos de Julián Murguía, acompañado por Tabaré Etcheverry:

En 1933 de nuevo
intereses extraños a esta tierra
encadenan otra vez las libertades
y ponen de dictador a Gabriel Tierra.
La afrenta que el perjuro
hizo a la patria,
encontró a todos
con conciencias muertas.
Sólo Baltazar Brum
tuvo coraje,
sólo Baltazar Brum
tuvo vergüenza.

Allí están, son esos pocos
Don Baltazar,
cuatro o cinco lo acompañan.
Y ya se van en la puerta, vidalita
casi toda la mañana.
Coraje de un hombre solo,
Don Baltazar,
porque él sólo se ha plantado
la camisa abierta al pecho, vidalita
y un revólver en la mano.

¿Dónde están Coroneles y Generales?
¿Dónde está ese partido que me eligió?
¿Dónde están, ciudadanos montevideanos?
¿Dónde están oficiales de la nación?


Aparecen a prenderlo, vidalita
y a balazos les contesta.
Pues la vida lo que importa,
Don Baltazar.
otra cosa es lo que cuenta.
Soledad de un hombre solo,
Don Baltazar,
solo en calle desierta,
la patria está junto a él, vidalita,
haciendo guardia en la puerta.

¿Dónde están los soldados que no aparecen?
¿Dónde está todo el pueblo que me eligió?
¿Dónde están Generales y Coroneles?
¿Dónde están los oficiales de la nación?

El treinta y uno de marzo
se va estirando en la tarde
y se hace larga la sombra
del hombre solo, que aguarda.
A las cuatro de la tarde
cruza el centro de la calle.
La camisa abierta al pecho
y el pecho abierto a la patria.
A las cuatro de la tarde
se escucha un tiro en la calle
y se hace noche de pronto
con un sudario de espanto.
A la cuatro de la tarde, vidalita
se fue doblando, doblando.
Para irse erguido por siempre
Don Baltazar,
a las cuatro de la tarde.
Y la ciudad parecía muerta, vidalita,
el pueblo no se asomó
y estaban los uniformes,
Don Baltazar,
saludando al dictador.

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