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Parece tan obvio que hasta cuesta creer que, transcurridos 40 años desde el retorno del sistema democrático, nuestro país aún no homenajeó, no reconoció, no rescató para las nuevas generaciones a las decenas de compatriotas que escribieron con su propia sangre páginas de heroísmo y Gloria de nuestra Historia reciente. Algunos en cumplimiento del deber, policías y soldados de la Patria.

Otros, víctimas del destino que los puso involuntariamente en el camino de aquellos que, diciendo luchar por un hombre nuevo más humanizado, fueron capaces de asesinar a un humilde peón rural, a un padre que festejaba el nacimiento de su primer hijo, a dos humildes limpiadoras, a un trabajador del transporte colectivo o a un instructor agrícola extranjero padre de 9 hijos.

Sin embargo, lo que sí sucedió, ante los ojos incrédulos de la mayoría de los compatriotas honestos, especialmente los que vivieron esa realidad, fue que la Democracia, atentada durante casi una década por los sediciosos, homenajeó a…los que se levantaron en armas contra ella. Memoriales, monumentos, placas, creación de falsos relatos y dinero, mucho dinero pago por el pueblo uruguayo en resarcimiento…de qué?
¿Por qué el pueblo uruguayo tiene que pagar a aquellos que han sido los causantes del mayor desastre que vivió la República en las últimas décadas? Aquellos que asesinaron, secuestraron, torturaron, robaron, violaron sistemáticamente los DDHH y hasta pusieron en riesgo la propia soberanía del país son los que hoy tienen todos los beneficios del estado democrático, contra el que atentaron durante casi una década.

Diría que todo esto es entendible que sucediera en los 15 años de Gobierno del FA entre 2005 y 2020, pero, y en los 25 años restantes, qué pasó? Nada. No hubo un solo reconocimiento a las decenas de víctimas que dejó el levantamiento sedicioso. O sí, hubo uno: el de Pascasio Báez, a partir de una gran lucha de conocimiento y concientización que dimos (demás está decir que se le inauguró un monolito en ruta 9 frente al lugar donde lo asesinaron y ni siquiera nos invitaron a asistir, pero bueno, no damos peleas para que se nos reconozca).

Porqué los políticos de los partidos fundacionales, que en gran medida deben su existencia como tales al martirologio de esos compatriotas, jamás los reconocieron, a no ser alguna excepción que confirma la llamativa regla? ¿Por qué jamás llevaron adelante, entre tantos actos de autoglorificación, alguno por lo menos recordatorio, que no reparatorio?

Hoy, en el Uruguay de hoy, en donde no existe ningún lugar en el que rendirles tributo, se puede decir que se les rinde tributo en todas partes con la Libertad y la Democracia. Sin embargo, es buena cosa que existan lugares en el que las nuevas generaciones conozcan sus nombres y a partir de ellos se cuenten sus historias de vida de gente común y corriente que, cumpliendo con su deber patriótico o por una mueca cruel del destino, ofrendaron su vida por el Uruguay tradicional.

Hay una Historia que tiene su puerta muy cerrada. Pero hay otra Historia que junta voluntades para abrirla. Y mientras se pesan en balanzas distintas la Verdad espera su hora de Justicia. Es hora ya que dejemos de una vez por todas de seguir arando el porvenir de nuestros gurises con los viejos bueyes del pasado…

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