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Nacido en la ciudad de Paysandú el 6 de agosto de 1926, Aníbal Domingo Sampayo Arrastúe inició su vida en un entorno sobrio y ligado al paisaje del litoral uruguayo. Aprendió música junto al maestro Alberto Carbone, quien le enseñó sin cobrar, y ya en su adolescencia integró un trío junto a los hermanos Soler. Con otro músico, Leonardo Melano, formaría un dúo que perduró treinta años. Durante los años 40 recorrió el país y parte del litoral argentino, combinando su labor artística con investigaciones sobre el folclore uruguayo y argentino. En 1947 comenzó a trabajar en la radio de Paysandú como locutor y operador, difundiendo música típica de la región y del litoral, lo que amplió considerablemente su radio de acción. A lo largo de su vida fue cantante, guitarrista, arpista, compositor y poeta: un hombre de múltiples facetas artísticas.

En este 2025 se cumplieron 40 años del fallecimiento de Mario Arregui, uno de los grandes narradores uruguayos del siglo XX. Su nombre quizá no figure entre los más populares fuera del ámbito literario, pero su obra —breve, intensa, hondamente humana— sigue siendo un espejo del país profundo, de ese Uruguay rural y existencial que pocas veces llega a los libros con tanta veracidad. Arregui no fue un escritor de multitudes. Fue, más bien, un escritor de verdades. Esas verdades que se dicen con voz baja, sin demasiadas pretensiones, pero que dejan una marca difícil de borrar.

El reconocido escritor uruguayo Hugo Burel anunció la inminente salida de su nuevo libro, una obra que reúne nueve cuentos inéditos bajo un hilo conductor tan simbólico como poderoso: la presencia de armas, ya sean reales o metafóricas. La publicación reviste un matiz especial, ya que aparece bajo el sello de Publicaciones La Casa del Río, editorial fundada y dirigida por el escritor salteño Leonardo Garet, que desde hace algunos años impulsa una destacada labor de difusión literaria desde el norte del país.

Este 15 de octubre falleció en Montevideo el escritor, poeta, docente y crítico literario uruguayo Roberto Appratto, a los 75 años. Con su partida, las letras uruguayas pierden a un creador que, con impecable tono reflexivo y rigor intelectual, transitó con audacia los territorios de la poesía, la narrativa, el ensayo y la crítica, dejando una huella difícil de olvidar. Nacido en Montevideo el 28 de agosto de 1950, Appratto se graduó en 1974 como profesor de Literatura por el Instituto de Profesores Artigas (IPA). Fue justamente en ese instituto donde más tarde ejerció como docente de teoría literaria, complementando su labor con la enseñanza en Secundaria desde 1991. Además impartió cursos de Narración Creativa en la Universidad Católica del Uruguay y clases de guion en la Licenciatura en Medios Audiovisuales de la Escuela Nacional de Bellas Artes.

A lo largo de los años 70 y 80 se vinculó intensamente al mundo de la crítica literaria y cinematográfica. Fue colaborador en revistas como Maldoror, La Plaza o en el semanario Jaque, y escribió crítica de cine para Aquí. Hasta 1998 participó del suplemento El País Cultural.

En estos días en que en Salto la polémica sobre la restauración de los murales del Ateneo ha vuelto a despertar pasiones, resulta oportuno detenernos en una experiencia uruguaya que demuestra cómo la tecnología puede ponerse al servicio del arte sin traicionarlo. La periodista Silvana Tanzi, en un reciente artículo publicado en Búsqueda, describe un trabajo fascinante: la reconstrucción cromática de obras de Joaquín Torres García mediante el uso de inteligencia artificial.

Delmira Agustini nació un día como el de ayer, 24 de octubre. Fue en Montevideo y en el año 1886, en el seno de una familia de "clase media acomodada". Desde niña mostró una sensibilidad inusual y un talento precoz para la escritura. A los diez años ya escribía versos, y en su adolescencia se dedicaba a leer con avidez a los grandes poetas del Romanticismo y el Modernismo, entre ellos Rubén Darío, quien sería una de sus principales influencias y, más tarde, un ferviente admirador de su obra. Delmira fue una mujer adelantada a su tiempo. En una sociedad que limitaba los espacios femeninos al hogar y la discreción, ella eligió la libertad del deseo, la palabra y el pensamiento. Su poesía fue un acto de desafío y autenticidad, en una época en que hablar de amor y sensualidad desde la voz de una mujer resultaba escandaloso.



Hay algo en la docencia y en la escritura que va por el lado de la generosidad. Allá por el noventa y nueve caí con mis números a cuestas a un aula de literatura. Un lunes, el primer día de clase, tuve a un individuo que hablaba a un ritmo distinto, que en la velocidad de las palabras iba conectando conceptos, ideas personales, autores, obras, desviaciones que invariablemente conducían a un "cómo llegamos hasta acá". Y es verdad, era un nosotros, porque nos transportaba hacía espacios a los que llegábamos juntos, pero más agitados, mareados, deslumbrados a veces en un "entender no entendiendo". Y entendíamos; y nos obligó a leer, a buscar, a disfrutar del banquete y de la cocina de la escritura. Luego vino algún boliche en el que también aprendí a tomar whisky con doble medida de literatura. Y vinieron los libros, los de poesía y los otros, esos que ahora son por donde circula quién es, o lo que dice que es, lo que la literatura revela de una biografía de la que también, en algún cruce, formo parte.
A ese padre del docente y del poeta, gracias, por la felicidad de seguir escuchándolo como en aquella aula del IPA y como en aquellos y estos libros, que quiero continuar leyendo.


El 9 de octubre de 2025 será recordado como un día de júbilo literario: el húngaro László Krasznahorkai, de 71 años, ha sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura “por su obra convincente y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”.

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