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Delmira Agustini nació un día como el de ayer, 24 de octubre. Fue en Montevideo y en el año 1886, en el seno de una familia de "clase media acomodada". Desde niña mostró una sensibilidad inusual y un talento precoz para la escritura. A los diez años ya escribía versos, y en su adolescencia se dedicaba a leer con avidez a los grandes poetas del Romanticismo y el Modernismo, entre ellos Rubén Darío, quien sería una de sus principales influencias y, más tarde, un ferviente admirador de su obra. Delmira fue una mujer adelantada a su tiempo. En una sociedad que limitaba los espacios femeninos al hogar y la discreción, ella eligió la libertad del deseo, la palabra y el pensamiento. Su poesía fue un acto de desafío y autenticidad, en una época en que hablar de amor y sensualidad desde la voz de una mujer resultaba escandaloso.

Una voz femenina en el modernismo

Su primer libro, El libro blanco, apareció en 1907, cuando tenía apenas 21 años. En esos poemas ya se percibía su estilo inconfundible: una combinación de pureza y pasión, de espiritualidad y erotismo. La crítica de la época quedó sorprendida por aquella joven que se atrevía a poetizar el cuerpo y el alma con igual intensidad.
A esa primera entrega le siguieron Cantos de la mañana (1910) y Los cálices vacíos (1913), este último considerado su obra cumbre. En él, la poeta alcanza su madurez expresiva y desata un lenguaje de poderosa sensualidad, sin velos ni temores. Su voz se vuelve símbolo de una feminidad emancipada, que se atreve a decir lo que muchas callaban.
Delmira rompió con los moldes del modernismo masculino, apropiándose de su estética, pero resignificándola desde una mirada femenina. Donde Rubén Darío exaltaba a la mujer idealizada, ella hablaba desde dentro de la pasión, desde el fuego que siente y quema.




Entre la musa y el mito

Más allá de su obra, la figura de Delmira se fue rodeando de un halo de misterio y tragedia. De aspecto delicado y carácter reservado, fue sin embargo una mujer de gran inteligencia y voluntad. Mantenía un intenso mundo interior, y en su poesía volcó emociones que rara vez expresaba abiertamente en su vida cotidiana.
En 1913 contrajo matrimonio con Enrique Job Reyes, un hombre con quien mantuvo una relación tumultuosa. La convivencia duró apenas unas semanas; Delmira decidió separarse, algo que en su tiempo fue un acto de rebeldía y escándalo. Sin embargo, los encuentros entre ambos continuaron en secreto, marcados por la pasión y el conflicto.
El 6 de julio de 1914, en el apartamento donde se reunían, Enrique Job Reyes le disparó dos veces y luego se quitó la vida. Delmira tenía solo 27 años. Aquella muerte violenta selló su destino de mito literario: la poeta del amor y la vida fue vencida por la tragedia.




La llama eterna de su poesía

Delmira Agustini es hoy reconocida como una de las grandes voces del modernismo hispanoamericano y una pionera del feminismo literario en el Río de la Plata. Su obra anticipó debates que recién muchas décadas después ocuparían a la crítica y al movimiento de mujeres: la libertad del cuerpo, la autonomía del deseo y la ruptura con los mandatos sociales.
En sus versos, la pasión y la espiritualidad se entrelazan en imágenes de una belleza desbordante. Delmira hace del amor un ritual sagrado, del erotismo una forma de conocimiento, y de la palabra un espejo del alma. En Los cálices vacíos, escribe:

¡Oh voluptuosidad de crear vidas nuevas
con un beso!
¡Oh divina tarea de ser fecunda en sombra!

Esa capacidad para fundir lo divino con lo carnal la convirtió en una figura única en la literatura uruguaya y latinoamericana. Sus poemas, lejos de envejecer, siguen vibrando con una intensidad contemporánea, porque hablan del ser humano en su forma más esencial: deseante, libre y vulnerable.




El legado de una mujer que se adelantó a su tiempo

Más de un siglo después de su muerte, Delmira Agustini continúa siendo una referencia obligada en las letras nacionales. Su nombre da título a escuelas, concursos literarios y homenajes, pero sobre todo, su voz sigue viva en la poesía. Numerosos estudios han analizado su obra desde distintas perspectivas: la estética modernista, la simbología erótica, la mirada de género. Pero ninguna lectura logra agotar su misterio. Delmira permanece como una llama encendida, una poeta que convirtió su vida y su arte en una misma pasión.
Su obra completa fue publicada póstumamente en varios volúmenes y hoy integra el canon de la literatura uruguaya junto a Juana de Ibarbourou, Idea Vilariño, Ida Vitale o nuestra Marosa... Pero a diferencia de muchas de sus contemporáneas, Delmira fue la primera en desafiar abiertamente la norma, en decir que el cuerpo y el alma pueden ser una sola palabra.




Delmira, símbolo de eternidad

Delmira Agustini vivió poco, pero vivió intensamente. Su poesía, marcada por el fuego del amor y la tragedia, trasciende el tiempo y las fronteras. Desde su Montevideo natal, su voz continúa viajando por el mundo, recordándonos que la belleza puede nacer del dolor, y que la palabra, cuando es verdadera, no muere nunca.

“Yo muero extrañamente... No me mata la Vida,
no me mata la Muerte, no me mata el Amor;
muero de un pensamiento mudo como una herida...”

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