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Uruguay se enfrenta hoy a un desafío que, aunque silencioso, tiene el poder de transformar profundamente su futuro: el envejecimiento poblacional. Esta transición demográfica, que se manifiesta en una caída sostenida de la natalidad y un aumento de la longevidad, no es exclusiva de nuestro país, pero sí nos interpela con urgencia. En este contexto, el desarrollo nacional se ve condicionado por una realidad que demanda reflexión, visión de largo plazo y, sobre todo, acción política decidida. La población es el recurso más valioso de toda nación. Sin personas no hay producción, no hay innovación, no hay comunidad. 

El descenso en los nacimientos representa más que una estadística preocupante: es una señal de alerta sobre la fragilidad de nuestro proyecto como país. Uruguay necesita más nacimientos no solo para sostener su sistema de protección social, sino para asegurar su continuidad como comunidad viva, creativa y solidaria. Este desafío no puede abordarse con parches circunstanciales, sino con políticas públicas integrales que protejan y promuevan a la familia, núcleo esencial de nuestra sociedad. Esto implica garantizar condiciones de vida dignas para las madres, oportunidades reales para los jóvenes, y un entorno que no castigue, sino que celebre la decisión de formar una familia. 

En especial, debe reconocerse el rol estratégico del interior profundo, de nuestras zonas rurales, donde la despoblación amenaza con vaciar el país de sus raíces culturales y productivas. La familia no solo es el espacio donde nacen y crecen los ciudadanos, sino también el lugar donde se transmiten valores, donde se aprende la solidaridad entre generaciones y donde se forja el sentido de pertenencia. Promover a la familia es, por tanto, construir futuro. 

En ese marco, proponemos cinco pilares fundamentales para una política poblacional con sentido nacional. El primero es el arraigo, un componente sociológico que busca reforzar el vínculo de las personas con su lugar, fomentando la permanencia y el retorno a sus comunidades. El segundo es el desarrollo territorial, que exige una mirada geográfica y geopolítica para distribuir oportunidades de manera equitativa a lo largo del país. El tercero es la propiedad familiar, como pilar económico que fortalezca la autonomía y estabilidad de los hogares. El cuarto, un verdadero desarrollo departamental, requiere una voluntad política que descentralice el crecimiento. Y finalmente, el fortalecimiento de la identidad nacional, un pilar cultural que nos recuerda quiénes somos y por qué vale la pena proyectarnos hacia el porvenir. 

Para que esta visión sea posible, el aporte de la academia y de una política poblacional articulada y coherente es indispensable. Hoy, esa política está ausente o desarticulada. Pero aún estamos a tiempo de construirla. La historia juzgará nuestra capacidad de actuar con responsabilidad y esperanza. Y serán las generaciones futuras quienes agradezcan —o lamenten— las decisiones que tomemos ahora. Uruguay puede ser un modelo en la defensa de la vida, en la promoción de la familia y en la construcción de un país digno para todos. Pero ese camino comienza hoy, con visión, compromiso y amor por lo que somos.   

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