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Hoy, se produjo la asunción de Carlos Albisu Emed como intendente departamental, en una jornada cargada de simbolismo y expectativas, que marca no solo un cambio de mando, sino una verdadera oportunidad de reconstrucción para un departamento que, en la última década, ha sido víctima de la postergación, la desidia y la mezquindad política.

Durante los últimos diez años, Salto sufrió un desgobierno marcado por la improvisación, el abandono y la priorización de intereses y ambiciones personales por encima del bien común. Mientras el resto del país avanzaba, este rincón del norte quedó sumido en un letargo, con servicios deteriorados, escasas obras y un aparato municipal ineficiente y, sobre todo, una ciudadanía cada vez más decepcionada por las promesas incumplidas.

El anterior oficialismo departamental convirtió a la intendencia en un trampolín electoral, más interesado en construir carreras personales que en asfaltar calles o mejorar la calidad de vida de los salteños. Se optó por hacer de la política una disputa interna permanente, un campo de batalla donde la rivalidad valía más que la gestión. Mientras tanto, el deterioro urbano, la creciente inseguridad, la pérdida de empleos y la fuga de talentos jóvenes se profundizaron. 

Así, Salto pasó de ser un referente del litoral, la  orgullosa capital del Norte,  a un departamento estancado, sin rumbo ni liderazgo real.

Es en ese contexto que la figura de Carlos Albisu Emed adquiere una relevancia indiscutible. No solo representa una renovación política, sino también una promesa de gestión seria, comprometida y con sentido de urgencia. Acompañado por un equipo de jovenes profesionales muy comprometidos.

Su llegada a la intendencia está cargada de esperanza para miles de salteños que desean ver a su tierra volver a caminar, crecer, generar oportunidades y recuperar su autoestima.

No es un improvisado ni un aventurero político. Como médico, ha trabajado con equipos técnicos, actuado con humanismo y notorio compromiso y vocación.

Ha sabido generar vínculos institucionales, y sobre todo, ha escuchado a la gente. Ese ejercicio de cercanía y planificación debe ahora trasladarse a la intendencia, con una administración transparente, eficiente y con prioridades claras.

No se espera de Albisu magia ni soluciones inmediatas. Lo que sí se le exige —porque se lo ha ganado con su promesa de cambio— es que devuelva al gobierno departamental su sentido de responsabilidad. Que la intendencia deje de ser una trinchera política para volver a ser una herramienta de transformación social. 

Que se atiendan los barrios olvidados, que se apueste por el desarrollo turístico, que se sanee la administración y se escuche al vecino.

Salto no necesita grandes discursos, necesita obras. Necesita un gobierno que se ensucie los zapatos en las calles, que dialogue con los comerciantes, que reactive el empleo, que incentive la producción y que no le tema a la autocrítica, siempre  necesaria en una actitud de gobierno constructiva. 

Carlos Albisu tiene ahora ese compromiso y esa oportunidad. Y también tiene la responsabilidad de no defraudar la confianza que una amplia mayoría depositó en su liderazgo.

La esperanza está en marcha, pero será el tiempo —y sobre todo la acción— el que determine si Salto inicia, por fin, su proceso de recuperación. El reloj ya empezó a correr. Los salteños ya no quieren más excusas. Quieren resultados. Y el nuevo intendente lo sabe. 

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