El peligro de llegar a preguntarse para qué estudiar
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Por Jorge Pignataro
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jpignataro@laprensa.com.uy
La semana pasada, en esta misma columna nos referíamos a casos de clientelismo en diferentes partes del Estado: Intendencias, Ministerios, CTM de Salto Grande, y un largo etcétera. Creemos que tras esa realidad, que no empezó con el actual gobierno ni con el anterior siquiera, sino que viene de mucho antes, hay un mensaje muy duro, al que sin embargo no se le da la debida importancia.
El mensaje es: “No precisa que estudies tanto, mirá que no es necesario especializarte demasiado, fijate que sin la más mínima formación en determinados aspectos, igualmente podés acceder a ciertos cargos con las siguientes características: de prestigio, con permanencia, de muy elevada remuneración económica”.
Terrible por donde se lo mire. Pero es así, más o menos ese es el mensaje que se le está dando a las nuevas generaciones que día a día asisten a clases, rinden exámenes, buscan cursos on line o pagan para asistir a academias e institutos en general para reforzar su capacitación.
Pienso que nunca, jamás, está de más la formación, la superación del individuo mediante la capacitación. Estudiar, prepararse, es -o debería ser- un objetivo en sí mismo, sobre eso no hay discusión. La motivación para ello debe ser intrínseca y no externa al individuo, con eso también estamos de acuerdo. Pero al mismo tiempo, no se puede desconocer que también (y es muy válido que así sea) la posibilidad de acceder a un buen trabajo es una motivación de todo aquel que apuesta a la capacitación, por supuesto que en especial cuando se trata de jóvenes.
Es, en ese sentido, que nos preocupa el mensaje que se está dando con el permanente clientelismo.
De hecho, basta conversar con adolescentes y jóvenes y tocarles este tema, para que inmediatamente comiencen a poner ejemplo de personas que conocen (y que en definitiva conocemos todos porque Salto es chico) y que “ahora está de director de…”, o “entró sin concurso a la oficina de…”, “lo pusieron de encargado de…”.
En definitiva, es muy común que se hable de falta de motivación de nuestros estudiantes. Es ahí cuando se plantea rever estrategias didácticas, reformar programas y planes de estudio, reformular currículos quitando o agregando asignaturas (o a veces solo cambiando el nombre de algunas), entre otras posibles alternativas. Pero nos da la impresión que muy pocos piensan, que tal vez la desmotivación se deba en gran medida a la ausencia de horizontes claros que surjan como consecuencia de esa formación, y en cambio, la facilidad de algunos para sí alcanzar esos horizontes yendo por un camino que no es otro que el de hacer valer un parentesco o una militancia política.
A diario nos encontramos con jóvenes que exhiben abultadas carpetas de méritos que acreditan su preparación en determinadas áreas, y no obstante, no se les abren puertas al campo laboral por ningún lado.
Insistimos que el mensaje para los jóvenes, debe ser siempre el del estímulo, pese a todo, a seguir edificándose a sí mismos a través del estudio. Pero sería bueno también observar ese otro mensaje casi subliminal (o sin el “casi”) que como sociedad estamos dando. Y cada vez más, lamentablemente.
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