Ceses con un sindicalista incluido
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Por Pedro Rodríguez
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En estos días difíciles para muchos trabajadores municipales de Salto, siento la responsabilidad de compartir una reflexión desde el respeto y la empatía. No lo hago desde la teoría, ni desde el comentario fácil: lo hago desde la experiencia. Como dice un amigo, "nadie más que los fideos saben la temperatura del agua"… y yo fui uno de esos fideos.
Fui funcionario en la administración de Germán Coutinho durante dos años. Ingresé por designación directa, una decisión personal que no comprometió a nadie más. Y aunque algunos criticaron, yo elegí no quedarme ni mantener mi puesto cuando tuve la posibilidad legal de hacerlo. Lo dije entonces y lo repito ahora: cero odio, cero rencor. Pero sí memoria.
Era en ese momento miembro titular del Consejo Directivo de ADEOMS, y cuando llegaron los ceses impulsados por el gobierno del Frente Amplio y Andrés Lima, yo fui el único sindicalista cesado. Así, de manera directa, sin rodeos. ¿Qué sindicalista puede decir lo mismo? ¿Cuántos de los que hablaban de solidaridad y defensa de los trabajadores, terminaron en la lista de los despedidos? Yo estuve ahí. Lo viví. Y lo resistí sin tener que entregarle mi dignidad a nadie.
Podía pelear por conservar mi lugar, como me dijo el Dr. Gustavo Grassi. Pero decidí no hacerlo. ¿Por qué? Porque muchos compañeros estaban en peores condiciones. No tenían respaldo, no tenían voz, y yo no iba a ser uno más que mirara para otro lado. Otros sindicalistas y trabajadores municipales sí lo hicieron. Salvo una excepción: el Poroto Rodríguez, del SUNCA, que sí se acercó a la carpa a organizar y a escuchar. El resto del sindicalismo brilló por su ausencia. Y la mano política se sintió: cuando les preocupó que se manifestara frente a alguna casa, la carpa desapareció como por arte de magia.
Y aquí es donde quiero detenerme y decirlo con claridad: ¿Qué me vienen a hablar de dignidad?
¿Qué sindicalista, no reclamaría por su puesto de trabajo si la ley lo ampara?
¿Qué trabajador o trabajadora no exigiría sus aportes al sindicato, cuando el sindicato que debía defenderlo miró para otro lado… incluso siendo uno parte de esa misma directiva?
Nos llenamos la boca diciendo que “el trabajo dignifica ”. Pero ¿es digno el trabajador que, después de ocho horas de trabajo, tiene que salir a repartir volantes o colgar carteles con el nombre del intendente de turno? ¿Es digna la trabajadora que siente que, si no “milita”, pierde el sustento de su familia? ¿Y el sindicalista que ante esa realidad guarda silencio? ¿Ese también es digno?
Tampoco accioné legalmente contra ADEOMS, ni pedí mis aportes. No porque no pudiera, sino porque no quise ser parte de esa lógica de “cobrar” por haber sido defraudado. Yo sí creo que la plata de los trabajadores es intocable, y que el aporte al sindicato no es un botín. Es un acto de confianza que no debe romperse.
Y si tengo que cerrar con una imagen, que sea esta: el trabajador no es suplente en la cancha de la vida. Es el que juega todos los días, aunque no siempre le pasen la pelota. Y si alguien se anima a sacarlo de la cancha , que al menos lo mire a los ojos.
Por eso escribo. No para buscar lástima, ni revancha. Lo hago porque quiero lo mejor para Salto. Y porque estoy convencido de que aún se puede jugar limpio.
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