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Hoy muchos afirman, con datos y estudios en mano, que retirar los celulares del aula mejoraría el rendimiento académico. En principio, no suena para nada descabellado: implicaría menos distracciones, más concentración, menos pantallas y más atención al docente y los contenidos tratados. Pero decirlo es mucho más fácil que aplicarlo. ¿Es realmente viable sacar los celulares del ámbito educativo? Al menos no tan rápido, como creen aquellos que piensan que es tan sencillo como poner una caja en la puerta donde dejar los aparatos hasta el próximo recreo.

Hace unos quince años, en un colegio privado de aquí de Salto, poco menos que se perseguía en aulas y pasillos y patios a quienes tuvieran un celular; si se los descubría, el objeto era decomisado y el alumno llevado a Dirección. De ahí, venía el llamado a los adultos responsables, un sermón explicando la prohibición de asistir al colegio con celular, etc. ¿Qué se ganó con ello? Nada; hoy debe ser la institución donde más se usa el celular en los espacios que sea.

Sucede que los estudiantes de hoy nacieron en un entorno digital. El celular no es para ellos simplemente una herramienta o un objeto de moda. Es parte de su vida cotidiana, casi una extensión de su cuerpo. Puede sonar exagerado decir que al quitarle el celular a un adolescente le estamos arrancando una parte del cuerpo… pero cuidado: hay evidencia que demuestra que esto no solo les causa ansiedad, sino que incluso puede generar respuestas físicas y emocionales fuertes. No se trata solo de “ganas de chatear” como piensan algunos.

Además, vale la pena recordar que el propio sistema educativo ha promovido fuertemente, en los últimos años, el uso de herramientas digitales en el aula. Y el celular es, sin duda, una de ellas. Hoy, en no pocos programas de asignatura, hay actividades pensadas para ser desarrolladas con el celular. Incluso, si un alumno no lo tiene a mano, corre el riesgo de quedar excluido de alguna dinámica o trabajo. A eso lo vemos todos los días. ¿Cómo compatibilizamos ese enfoque con la idea de prohibirlo o retirarlo? Porque ante todo, hay que ser coherentes.

Y no olvidemos otro punto clave: el marco legal y social. Retirar un celular a un alumno puede generar más conflictos de los que se buscan evitar. En tiempos de extrema sensibilidad y de escaso respaldo familiar hacia la autoridad docente, tomar decisiones de ese tipo puede exponer al profesor a enfrentamientos innecesarios o incluso a reclamos formales.

Recuerdo que hace unos veinte años, al llegar al liceo, pasaba primero por la biblioteca. Las bibliotecarias Esther María de Souza o Graciela Lima me preparaban 10 o 15 ejemplares de El Lazarillo de Tormes. Con esos libros entraba a clase y los repartía a quienes no lo tenían. Así, todos teníamos el mismo material, en papel, en las manos. Pero hoy, casi cualquier obra está disponible en versión digital. ¿Puedo prohibir que el alumno lea desde su celular? Poder, puedo. Pero, ¿qué sentido tiene? ¿No estaré yendo contra el flujo natural de su forma de aprender?

Incluso un inspector, si me viera, seguramente me alentaría a permitir la lectura digital. Y quizás no estaría equivocado. El problema, claro, es que no es fácil controlar que, mientras el alumno lee El Lazarillo, no se desvíe a WhatsApp o Instagram. No seamos ingenuos.

Siento nostalgia, sí, mucha nostalgia de aquellos tiempos en que los libros eran el centro de la clase. Créame que luché por mantenerlo. Pero la realidad se impuso. Y conste que ni siquiera estoy entrando aquí en otro gran tema: la pérdida del valor de la literatura como fin en sí misma. Para eso, necesitaremos otra columna.

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