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En su interpretación de el “arriba” y el “abajo”, Aparicio Saravia proclamó que “La patria es dignidad arriba y regocijo abajo”. Salvando las reservas de que deba existir arriba y abajo, no se rechaza el concepto. Incluso quienes no somos saravistas ni blancos, lo tomamos como un llamado a que los gobernantes actúen con limpieza y entrega, para que los gobernados estén contentos (regocijados). Lo tomo como un llamado al estado de bienestar. 

No se ha cumplido siempre con el llamado del caudillo blanco; no se ha obrado ni se obra con dignidad, ni se logra regocijo. Así ha ocurrido a través de la historia nacional en forma intermitente, con espacios de equilibrio más o menos extensos, que pueden ubicarse con bastante facilidad a través del devenir del tiempo del país. Posiblemente la filosófica frase de Saravia, pueda aplicarse en todo lugar del mundo que tenga nuestra visión cultural (democracia verdadera, equidad de derechos, y otros rasgos sociales y políticos acompasados con su tiempo). 

Ha habido violaciones del concepto del caudillo, de parte de sus adversarios, de sus seguidores y de quienes son ajenos a ambas posiciones. Siempre la responsabilidad de la violación vino del arriba, que no obró con dignidad. No es racionalmente concebible que el abajo se niegue a pasar bien, que trate de no sentir regocijo. Vivir la vida pública sin dignidad ni regocijo, ha sido una variable endémica de la nación, con momentos de fuertes ataques epidémicos (dictadura, crisis financieras provocadas, represiones, manejos oligárquicos). Nunca fue el pueblo (el abajo en el léxico saravista), el motivador de las caídas. 

Ahora, en el país todo y en territorios puntuales, faltan dignidad y regocijo.

Puede darse multitud de ejemplos de ello, el mismo lector con escaso esfuerzo encontrará ejemplos nacionales y departamentales. Falta dignidad cuando el gobierno restringe al máximo el regocijo popular al manear salarios, y por tanto jubilaciones, para bajar el déficit del país, mientras permite que los grandes capitales aumenten indignamente sus ganancias al punto de colocar excedentes en el exterior, en lugar de gestionar su reinversión en la república. ¿Qué no puede hacerse? ¡Si se puede! Hay falta de dignidad, cuando se cierran caminos al estudio y el desarrollo al recortar los presupuestos educativos, pero se promueve con dineros públicos la contratación de amigos políticos, con el regocijo de unos pocos.

El escenario descripto no es propiedad del gobierno nacional; también lo utilizan administradores departamentales. Ahí la indignidad es más grande porque quienes la observan, fueron votados para evitarla. Ningún frenteamplista llegó a dirigir una intendencia prometiendo acomodos chicos ni grandes; por lo menos eso es lo que manda el pensamiento del partido político generado a partir de 1971. Obrar de manera contraria desde un gobierno, sería como que la policía cometiera delitos, en lugar de evitarlos: inmoral e ilegal. 

No comparto que todo se arregle con regocijo, pero no tolero que falte dignidad.

Se debe gobernar para el bienestar general; hacerlo para satisfacer aspiraciones personales es darle una puñalada a la democracia. Un asesinato a traición al sistema que se miente defender.

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