Sin obstáculos
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Por Jorge Pignataro
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Hace poco, una persona no vidente muy conocida en Salto, caminaba por calle Dr. Bortagaray cuando dobló por Uruguay hacia el Este (o sea, esquina sureste de esa intersección) y dio de lleno con una caja metálica colocada allí. Más o menos a la altura de una persona de estatura media está ubicada, colgada de la pared pero sobresaliente varios centímetros. Es de las cajas de metal, color gris, que contienen cables y demás artefactos que desconozco a qué ente pertenecen. Esta persona se dio un golpe en el hombro con el vértice de la misma, muy doloroso por cierto según nos decía.
Nos contó además que no era la primera vez que le ocurría eso a una persona ciega. También, que una señora de baja visión en una oportunidad golpeó allí mismo la cabeza por ir atenta a la punta de su bastón, que evidentemente iba contra piso. No se lastimó de casualidad, aunque sí quebró los anteojos en la parte que une los cristales, y nada barato le resultó el arreglo.
Hace un tiempo, una iglesia (en Avda. Batlle) colocó macetones de hormigón en medio de la vereda (desconozco si luego fueron retirados) lo que provocó gran malestar entre personas ciegas y de baja visión, pero también entre quienes se desplazan en silla de rueda, con muletas, llevando un coche de bebé, etc. Es que en definitiva, las veredas deben estar despejadas siempre, y punto. ¿Qué discusión puede haber?
La problemática no es nueva, pero vemos con preocupación que parece acentuarse; y como lo demuestran los dos ejemplos que acabamos de mencionar, son también hasta instituciones o entes, de esos que dicen velar por el bien de todos, quienes cometen estos actos de imprudencia. Se suma lo anterior, por supuesto, a motos estacionadas encima de las aceras, autos estacionados a mitad de camino entre la calle y el garaje (como si no se decidera el dueño si va a entrar o salir y entonces lo deja en el medio, cortando el paso), cajones de verduras, mesas, sillas, pizarrones...
Otra persona no vidente nos dijo una vez, que le llevaba aproximadamente una hora caminar calle Uruguay de Plaza Artigas a la Intendencia, debido la cantidad de obstáculos que había. ¿Usted se imagina en algunos barrios, donde además hay muchos desniveles porque incluso hay partes con pasto, o arena…y donde bajar a la calle es un verdadero peligro porque, por ejemplo, el tránsito es doble vía?
Sé muy bien (me lo han dio en alguna ocasión) que habrá quienes estén pensando que esta es un tema “menor” entre tantos que podrían abordarse en estas columnas. Respondo que no hay temas menores, solo que depende para quién. En este caso, estamos hablando de una buena parte de la sociedad que, ni más ni menos, ve afectada su libre circulación.
Volvemos a lo mismo que tratamos en columnas anteriores: ¿Y las reglamentaciones para qué están? Y los controles, ¿se hacen realmente? Porque de hecho hay decretos que establecen el uso de las veredas y demás espacios públicos.
Finalmente, me tienta la idea de ir hacia lo simbólico. Digo entonces que las veredas son senderos por donde van nuestros días. Podemos transitar los que ya están hechos o abrir otros nuevos (pienso en Antonio Machado: “he abierto muchas veredas”). Lo que no se puede, no se debe permitir mejor dicho, es que cualquiera ponga obstáculos en nuestro andar por la vida y no pase nadie…y no pase nada.
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