La Prensa Hacemos periodismo desde 1888

Por décadas, Uruguay intentó dar vuelta una página oscura que, por más que el tiempo pase, todavía sangra. La página no se da vuelta sola. No bastan los años ni los discursos huecos.  Menos ayuda el silencio persistente de quienes, pudiendo aliviar el dolor, eligieron multiplicarlo. Y en esto último, que quede claro, no hablamos solo de gente “de derecha” como suele decirse, sino de todos lados. Porque también hubo y sigue habiendo secretos de quienes después, solo pretendieron ser considerados víctimas. Las víctimas de la guerrilla que vivió Uruguay en los años 60 y 70, no tienen un solo lado (entiéndase izquierda o derecha) y menos aún partido político. ¿Acaso no hubo víctimas que nada tenían que ver directamente con la política?

Ahora bien, dicho esto, pienso que Creonte, el personaje trágico de Sófocles, perdió a su hijo Hemón por haber negado sepultura al cuerpo de un enemigo. Los dioses lo castigaron por poner su voluntad por encima de la ley moral. Entonces, sucede que aquí, sin necesidad de recurrir a mitología, hay quienes han incurrido en una culpa aún más grave: no solo negaron la sepultura, sino que ocultaron los cuerpos, mintieron sobre su paradero y prolongaron con deliberación la tortura emocional de cientos de familias. ¿Qué castigo merecen quienes, teniendo la posibilidad de cerrar heridas, optaron por mantenerlas abiertas? A esas cosas no tengo problema en reconocerlas. Es más, creo que todos tenemos la obligación moral de reconocerlas. De hecho, las Marchas del Silencio, como la que se vivió ayer, recuerdo que hace algunos años parecía una exclusividad de frenteamplistas. Hoy ya no, hoy se suman muchos más y bienvenido sea.

La atrocidad de los asesinatos que hubo no se puede silenciar. Menos aún que se hubiera hecho desaparecer personas, que se hubiera negado el derecho básico de enterrar a un ser querido. Haber respondido a la angustia con cinismo es imperdonable. Como si el sufrimiento de los familiares fuera un botín de guerra más. Como si prolongar el dolor ajeno fuera un objetivo estratégico.

Decía Mujica que para echar luz sobre estos temas, primero tenían que morirse todos los protagonistas directos. Entre ellos él. ¿Será así?

Vale decir por otra parte, que durante muchos años se dijo que cuando el Frente Amplio estuviera en el poder, recién se iba a aclarar todo. Pues no, nada menos que dos figuras de la guerrilla como Mujica y Fernández Huidobro estuvieron como Presidente y como Ministro de Defensa, y los avances no fueron los esperados, para nada. ¿Vio como hay silencios de todos lados?

Soy un convencido que todos los gobiernos hicieron algún aporte. El que hizo menos, seguramente fue el primer período de Sanguinetti, pero es entendible, ¿verdad? El fierro estaba muy caliente todavía.

Claro, reconozco también que no se debe poner en el mismo plano a los desaparecidos por el Estado y a las víctimas de la guerrilla. No porque la violencia de la guerrilla sea menos condenable. No lo es. Pero la violencia ejercida por el Estado siempre tiene un peso mayor. Porque el Estado tiene el deber de proteger. Su legitimidad se basa en ese pacto tácito: que no nos hará daño. Cuando ese pacto se rompe, no hay justificación posible.

Y además, hay una diferencia esencial: la desaparición. Una muerte, por brutal que sea, permite elaborar un duelo. Saber qué pasó, dónde ocurrió, cómo ocurrió. La desaparición es otra cosa: es una herida que nunca cierra, una pregunta sin respuesta, una sombra que se proyecta durante años, a veces generaciones. Es vivir con la duda, con la esperanza frustrada, con la falta de un cuerpo, de un lugar donde llorar. Es algo mucho peor que la muerte.

Esto no convierte a los tupamaros en santos. De hecho, en Uruguay, los primeros desaparecidos fueron obra del MLN. Pascasio Báez y Roque Arteche fueron asesinados y ocultados.

Sí es cierto que la mayoría de los desaparecidos no eran guerrilleros. Eran militantes, estudiantes, trabajadores, muchos de ellos comunistas, víctimas de una campaña sistemática, orquestada no en el calor de una batalla, sino en el frío de una dictadura.

Uruguay se precia, con razón, de su democracia robusta. Pero esa democracia tiene una mancha en su memoria reciente. Mientras haya cuerpos ocultos, historias silenciadas  y verdades negadas (insistimos: de todos lados), ese agujero seguirá tragándose parte de nuestra dignidad.

Comentarios potenciados por CComment

Ranking
Recibirás en tu correo electrónico las noticias más destacadas de cada día.

Podría Interesarte