La Prensa Hacemos periodismo desde 1888

Por alguna razón misteriosa (aunque quizás no tanto) hay personas que, de un día para el otro, parece que descubrieron el mundo. Son personas que durante años se movieron en la indiferencia, que nunca mostraron otra inquietud más allá de su propio círculo, de sus pequeñas urgencias, y de su particular visión ideologizada del país. Son personas que, si alguna vez se asomaba a las redes sociales, lo hacían únicamente para batirse en duelos digitales sobre política partidaria: ya sea para defender con capa y espada lo suyo, o para dinamitar lo ajeno con total desprecio. Pero, ¡oh sorpresa!, ahora son funcionarios... Accedieron a un cargo (o, en algunos casos hasta se lo fabricaron a medida) y algo cambió de golpe. Se volvieron omnipresentes. De pronto, tienen una opinión para todo, una sonrisa lista para cada evento, una selfie para cada encuentro institucional. Están en cada inauguración, en cada charla, en cada taller. Todo les interesa. Todo les parece “hermoso”, “enriquecedor”, “necesario”. Aplauden hasta el silencio si es parte del protocolo.

Lo curioso, y lo que despierta cierta perplejidad (cuando no ironía), es la repentina sensibilidad cultural de muchos de ellos. Ahora se emocionan con la pintura, vibran con un espectáculo de danza, descubren la música coral como si fuera la octava maravilla. Uno esperaría que en cualquier momento digan que están leyendo a Luis de Góngora o Francisco de Quevedo, o tratando de buscar nuevas interpretaciones al Ulises de Joyce… (claro, con una tacita de té entre las manos y una mantita sobre las piernas).

Pero vayamos a algo bien concreto. El acto del 18 de Julio en la Plaza Artigas, fue casi una obra de teatro en este sentido. Algunos de estos “nuevos patriotas” mostraban una solemnidad que rozaba lo caricaturesco. La rigidez en la postura, la seriedad en el rostro, la mirada perdida en el horizonte como si recitaran mentalmente el Preámbulo de la Constitución. Y uno no puede evitar preguntarse: ¿realmente sienten lo que dicen sentir? ¿O es el cargo lo que les da un nuevo libreto?

Porque la mayoría de ellos, seguramente no recuerda cuándo fue la última vez que pisó un acto patrio. Quizá en la escuela, quizás cuando los obligaban a desfilar un 25 de agosto. Y ahora nos hablan de historia, de nación, de respeto a los símbolos, como si hubieran pasado los últimos años estudiando en silencio los fundamentos del Estado republicano.

Mientras tanto, otros (los de siempre) están ahí sin cámaras, sin discursos grandilocuentes, sin armar una colección de fotos para después mostrar en las redes. Los maestros, que año tras año organizan actos con convicción. Los policías, que cumplen sus funciones sin preguntarse si el gobierno de turno los representa o no. Los funcionarios públicos reales, no los de ocasión, que trabajan sin necesidad de sobreactuar ningún compromiso. A ellos sí, aplaudo de pie.

Que no se mal entienda: no se trata de cuestionar la evolución personal. Está bien cambiar, está bien interesarse por lo que antes no se comprendía. Pero se nota, y mucho, cuándo ese interés es sincero… y cuándo es puro maquillaje. Porque el oportunismo tiene algo que lo delata: el exceso.

Y si hay algo que no se finge con facilidad es el compromiso. Se construye con el tiempo, con constancia, con humildad. No con fotos, no con frases vacías, y mucho menos con poses de cartón.

Quizás algún día se den cuenta de que la verdadera vocación de servicio no necesita aplausos. Solo necesita estar. Siempre. No solo cuando hay cámaras.

Comentarios potenciados por CComment

Ranking
Recibirás en tu correo electrónico las noticias más destacadas de cada día.

Podría Interesarte