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¿A usted no le pasó? Conversar y compartir pensamientos, ha sido desde siempre una de las formas más ricas y profundas de interacción entre las personas. Sin embargo, en los últimos años, algo ha comenzado a romper ese vínculo: el celular.

Cada vez es más frecuente encontrarse con interlocutores que, en lugar de prestar atención plena a la conversación, desvían su mirada —y su atención— hacia la pantalla de su teléfono.  Este gesto- aparentemente inofensivo- genera un profundo malestar en quien espera un verdadero intercambio. ¿Estamos ante una simple mala costumbre o frente a un síntoma de una adicción que ya forma parte del tejido social? Desde el punto de vista de la educación y el respeto, atender el celular en medio de una charla es, sin rodeos, una descortesía. Implica que lo que se dice del otro lado de la mesa no es lo suficientemente importante. Es como interrumpir sin hablar, decir sin decir: “me interesa más lo que está pasando allá, que lo que estás diciendo aquí”. Mucho peor es cuando el interlocutor vuelve la vista a la pantalla simplemente para ver una actualización de las publicaciones en las redes sociales. En términos sociales, equivale a darle la espalda a alguien en medio de un diálogo. Por supuesto, hay situaciones excepcionales en las que una notificación urgente o una llamada impostergable justifican una breve interrupción.

Pero cuando se vuelve un hábito...

Cuando la mano va sola al teléfono una y otra vez, aun sin razón aparente— el problema se vuelve más profundo. Muchos expertos coinciden en que esta actitud va más allá de la mala educación: tiene características propias de una adicción. La necesidad compulsiva de revisar mensajes, redes o notificaciones genera en el cerebro microdescargas de dopamina que producen una sensación de gratificación inmediata. Es decir, el teléfono se convierte en una fuente constante de estímulos, mucho más rápidos e impredecibles que una conversación normal. Frente a eso, la charla real —con sus pausas, sus silencios, su ritmo humano— parece menos atractiva para un cerebro entrenado en la inmediatez digital.

Herramienta maravillosa pero...

El problema no es el celular en sí, sino el uso desmedido que se hace de él. Si bien es una herramienta maravillosa para comunicarnos a distancia, informarnos o entretenernos, mal administrado puede transformarse en una barrera para la conexión genuina con quienes tenemos enfrente. La convivencia social requiere atención, escucha, empatía. Todas cualidades que se diluyen cuando el celular se convierte en el centro del universo personal. Volver a poner en valor la presencia plena es, entonces, un desafío actual. Implica recuperar el arte de mirar a los ojos, de escuchar con interés, de responder con atención. Es un acto de respeto hacia el otro, pero también hacia uno mismo. Porque una conversación verdadera, sin distracciones, es una forma de estar realmente vivos.

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