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En el corazón de Salto, hace más de medio siglo, un joven emprendedor con alma de artesano inició un camino que se transformaría en una de las historias empresariales más notables del país. Héctor Venturini, fundador de Productos Fénix, comenzó su andadura el 3 de noviembre de 1968, sin imaginar que aquella pequeña fábrica de embutidos se convertiría en una marca nacional con presencia en todos los departamentos del Uruguay.

Hoy, acompañado por sus hijos entre ellos Mario Venturini, quien lidera la expansión moderna de la compañía, Héctor celebra los 57 años de la empresa que lleva impreso su apellido y su espíritu de trabajo.

Los inicios humildes de un artesano con visión

“Comencé como funcionario en una fábrica”, recuerda Héctor, entre la nostalgia y el orgullo. Luego de años de aprendizaje en una casa mayorista, donde no solo vendía sino también fabricaba, le ofrecieron hacerse cargo de un pequeño taller en la calle Varela. “Probé una semana y me gustó, y ahí empezó la historia”, cuenta con sencillez.

Aquel emprendimiento familiar creció con esfuerzo, ingenio y un toque de amor. Su esposa, Mirta Cincunegui, se sumó poco después y aportó una mirada distinta, “Cortaba fiambres, decoraba bandejas y atendía al público con una dedicación admirable”. Fue ella quien dio al negocio el toque femenino que marcaría la identidad de Fénix desde sus orígenes.

Con el tiempo, el matrimonio adquirió un vehículo para realizar repartos y comenzó la distribución propia. Así nació formalmente Productos Fénix, una marca que pronto se ganó el cariño del público salteño por su calidad y atención personalizada.

El salto hacia la innovación

La aceptación del público fue inmediata. “Había días que la gente hacía fila bajo la lluvia con paraguas”, recuerda Héctor. Ante la creciente demanda, compraron un terreno y abrieron un nuevo local en calle Uruguay 1424, donde introdujeron una idea inédita para la época, la elaboración a la vista del público.

Detrás de una gran vidriera, los clientes podían observar cómo se preparaban los productos. “En los años 70, eso era una revolución. Fue un concepto visionario, mucho antes de que existiera el marketing experiencial”, comenta Mario. Aquella innovación convirtió a Fénix en sinónimo de transparencia y confianza, dos valores que siguen siendo su sello.

Héctor, siempre inquieto, buscó perfeccionarse. En 1971 viajó a Buenos Aires, donde tomó contacto con expertos del sector cárnico y asistió a cursos de tecnología alimentaria. Luego vendrían experiencias en Europa y hasta un curso dictado en Guatemala junto a técnicos alemanes. “Fabricar al estilo artesanal era hermoso, pero muy sacrificado. Había que incorporar tecnología”.

Una fábrica, una familia, un sueño

El crecimiento de Fénix no se explica solo por la visión empresarial, sino también por el factor humano. “Lo que hace grande a esta empresa es, ante todo, su gente”, destaca Mario. Durante la conversación, recuerda con emoción a trabajadores que acompañaron al fundador durante décadas, “Había empleados que cuidaban los productos como si fueran suyos. Eso no tiene precio”.

Con el paso de los años, la familia Venturini fue sumando nuevas generaciones a la dirección. Hoy, los cuatro hijos de Héctor, Carlos, José Pedro, Alberto y Mario participan activamente en distintas áreas, producción, comercialización, distribución y desarrollo. “Ya hay nietos que están mirando cómo seguir. Es una empresa de tres generaciones”.

La gran expansión, de lo regional a lo nacional

El punto de inflexión llegó en el año 2000, cuando la empresa adquirió la planta industrial de Coca-Cola en Cuatro Bocas, un salto gigantesco que marcaría una nueva era. “Nos quedaba grande el chaleco”. “Era un desafío enorme, pero lo enfrentamos con entusiasmo. Papá, que ya estaba para jubilarse, se puso las botas otra vez y entró a la fábrica”.

La decisión de industrializar la producción permitió multiplicar la capacidad de elaboración y distribución. Desde entonces, Fénix pasó de ser un producto regional a consolidarse como una marca nacional, con presencia en supermercados, comercios y balnearios de todo el país.

Actualmente, la planta industrial emplea a más de 90 trabajadores, produce 50 toneladas mensuales de salame y comercializa alrededor de 150 toneladas de productos cárnicos al mes. Cuentan con una red de distribuidores que cubre todos los departamentos del Uruguay. “Tenemos socios que nos acompañan desde hace más de 30 años. Algunos ya trabajan junto a sus hijos. Eso es lo más lindo, crecer juntos”.

La marca, los valores y la evolución

Con el cambio de escala vino también la evolución de las marcas. Fénix, símbolo del espíritu artesanal de los primeros años, se adaptó a los procesos industriales. Paralelamente nació Venturini, una línea “premium” que recupera la calidad y el carácter artesanal de los inicios. “Venturini es el producto más exquisito, el que conserva el alma del taller de papá”, explica Mario. Entre sus especialidades se destacan el jamón extra, las bondiolas, los lomitos y los chorizos elaborados a mano. La empresa también ha incorporado tecnología de última generación, gracias a la formación continua de su equipo y la participación en ferias internacionales. “Carlos, uno de mis hermanos, acaba de volver de Alemania, donde adquirimos maquinaria de punta en la feria IFA”, cuenta Mario. “Nos actualizamos sin perder la esencia”.

Una historia que trasciende generaciones

Más allá de los números y los logros empresariales, la historia de Productos Fénix es, ante todo, una historia de valores familiares, trabajo y pasión. Héctor Venturini, que aún participa como guía y consejero, sigue observando cada paso con orgullo. “Ahora estoy más tranquilo, pero me gusta ver cómo mis hijos continúan lo que empezamos hace tanto”. Mario, por su parte, reconoce que el verdadero legado no es la fábrica, sino la cultura que la sostiene: “Papá y mamá nos enseñaron que lo importante no es solo producir, sino hacerlo con respeto, con calidad y con cariño. Esa enseñanza está en cada salame, en cada jamón, en cada persona que forma parte de esta familia”.

57 años de una historia uruguaya

Hoy, al cumplir 57 años de vida empresarial, Fénix y Venturini se consolidan como ejemplo de cómo una visión artesanal puede transformarse en una organización moderna sin perder su identidad. Desde aquel pequeño local en calle Varela hasta la moderna planta industrial de Cuatro Bocas, la familia Venturini ha mantenido intacta su filosofía, crecer sin olvidar las raíces.

“Los desafíos son lindos, porque nos obligan a mejorar”, dice Héctor. Y Mario agrega, “Esto no se logra por casualidad. Se logra con esfuerzo, con equipo y con amor por lo que uno hace”.

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