
La previa de Salsipuedes (I)
- Por Jose Ramón Montejo

Gracias al humanismo de Rivera, hoy existen descendientes de charrúas. En las puntas del arroyo Salsipuedes ocurrió un hecho el 11 de abril de 1831, entre el ejército comandado por el Presidente Fructuoso Rivera y tribus charrúas, del cual resultaron más de 40 charrúas muertos, unos 300 prisioneros, un joven oficial muerto, Maximiliano Obes de 17 años hijo de un ministro, y 9 heridos del Ejército, entre oficiales y soldados.
Desde tiempos antiguos se conoce como la matanza de Salsipuedes, y en tiempos más modernos algunos intentan introducir los términos genocidio o etnocidio. Estos conceptos no caben en un suceso, donde más allá de si los "más de cuarenta muertos" fueron poco más o bastante más de 40, lo comprobado es que los 300 prisioneros cuyas vidas se preservaron, incluyeron además de caciques y guerreros, a las mujeres y niños.
La novela La Cueva del Tigre de Eduardo Acevedo Díaz
Una fuente que se hizo muy popular respecto a Salsipuedes es la novela La Cueva del Tigre. Su autor Eduardo Acevedo Díaz nacido en 1851, 20 años después, escribió la novela 70 años después de los hechos. No es un relato histórico. Es una novela, género literario donde el autor deja fluir su imaginación. Menciona a varios que no estuvieron allí, da por muertos a otros que siguieron viviendo y narra situaciones y diálogos de su fantasía, pues nadie sabe con certeza lo que sucedió allí.
Un teléfono descompuesto
Las versiones contra Rivera surgieron en 1848 en el gobierno del Cerrito por el Gral Antonio Díaz, abuelo de Eduardo Acevedo Díaz, olvidando que Oribe había escrito a Rivera, felicitándolo a él y especialmente a Bernabé Rivera por las acciones contra los indios, argumentando Oribe "el pueblo está muy por el orden". La fuente de Díaz sería Manuel Lavalleja, quien vivió un tiempo con los indios, allí lo escuchó de un indio, que lo escuchó de otro, y este de otro, que dijo que estuvo en Salsipuedes. Una especie de teléfono descompuesto, donde como cada uno distorsiona y aumenta un poco.
La Guerra de los Charrúas de Eduardo Acosta y Lara
Un libro con documentación histórica es La Guerra de los Charrúas, de Eduardo Acosta y Lara. Este realmente hizo un trabajo meticuloso, absolutamente documentado, con todas las fuentes conocidas hasta 1969, fecha en que escribió "La Guerra de los Charrúas".
Indios y estancieros
Para entender cabalmente hechos históricos, es imprescindible considerar la sucesión de causas y consecuencias dentro del marco social y de costumbres de su época. Comúnmente se atribuye el hecho a una presión por tierras que ocupaban los indios y a protestas de estancieros por robos de ganado. Da la impresión de que los pobres indios apelaban al robo para poder alimentarse. Y de que los "estancieros" se trataba de unos ricachos urbanos cómodamente instalados en Montevideo. Pero las evidencias prueban algo muy distinto.
Robo de ganado
En su documentado libro, Acosta y Lara recoge de los tiempos previos a Salsipuedes, cartas, reclamos de los vecinos, artículos de prensa, comunicaciones de oficiales de la Justicia, comunicaciones de gobierno y partes e informes de oficiales del Ejército. Muestra que entre fines de 1829 y principios de 1831 hubo más de 15 asaltos denunciados, con robos de a 400, de a 600 y de a 1.000 animales vacunos, además de caballos y yeguas, a veces la totalidad de un establecimiento. Considerando una población charrúa total de 500 o 600 individuos, esas grandes cantidades, obviamente no eran para alimentarse.
Negociantes y receptadores
Surge que parte de los animales, algunos caciques los conservaban en su poder en los campos que ocupaban, pero la mayoría eran vendidos a "negociantes" (receptadores, que faenaban los animales robados y comercializaban ilegalmente los cueros como si fueran propios, embarcándose incluso en el propio puerto de Montevideo, en las narices de la propia Aduana, como si fuera un comercio legal.
Corambreros ilegales
Gran parte de esos corambreros ilegales y sus peones eran delincuentes requeridos, algunos desertores del ejército, que se refugiaban en las mismas tolderías charrúas, incitando a estos al abigeato y participando de los mismos, como surge de múltiples comunicaciones de vecinos, jueces y oficiales militares. (Continuará).
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