
Los 33 Orientales
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Por Leonardo Vinci
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Recordaba Luis Ceferino de la Torre que se hallaban emigrados en Buenos Aires muchos jefes patriotas Orientales que habían tomado parte activa en los sucesos políticos del año 1823 en Montevideo con la esperanza de dar libertad a la Provincia dominada por los Portugueses desde 1817, que la invadieron.
La Batalla de Ayacucho ganada por los patriotas en diciembre de 1824, que decidió de los destinos de la América Española, inflamó el patriotismo de estos emigrados que reunidos en la Casa de comercio que regenteaba don Luis Ceferino de la Torre firmaron espontáneamente un compromiso jurando sacrificar sus vidas en la libertad de su patria, dominada por el Imperio del Brasil.
Siete fueron los patriotas iniciadores y que contrajeron ese heroico compromiso: Don Juan Antonio Lavalleja, su hermano Don Manuel, Don Manuel Oribe, Don Luis Ceferino de la Torre, Don Pablo Zufriategui, Don Simón del Pino y Don Manuel Meléndez, nombrando enseguida unánimemente a Don Juan Antonio Lavalleja jefe de la empresa, y como tal quedó en su poder ese documento que hará inmortales los nombres de esos siete heroicos patriotas que lo firmaron. Desde ese día se reunían diariamente en la casa de la Torre y se acordaban los trabajos que cada uno debía desempeñar. De la Torre reunía aisladamente el armamento posible, así como construía con sus propias manos las dos banderas que debían tremolar triunfantes en su Patria. Se adoptó la tricolor que había usado la Provincia Oriental cuando la invadió el ejército portugués, con el agregado en el centro de Libertad o muerte consecuente con el juramento prestado.
Al iniciarse esa heroica Cruzada ya manifestaron los orientales el sentimiento de Independencia que después fue una realidad.
Contaba uno de los 33 patriotas, Juan Spikerman, “nos embarcamos en los dos lanchones y navegamos durante la noche, hasta ponernos a la vista de la costa oriental, a fin de hacer la travesía del Uruguay, en la noche del 19.
El Río estaba cruzado por lanchas de guerra imperiales, y, por consiguiente, emprendimos marcha en esa noche. A las siete, habiendo navegado como dos horas, nos encontramos entre dos buques enemigos, uno a babor y otro a estribor; veíamos sus faroles a muy poca distancia; el viento era Sur, muy lento, y tuvimos que hacer uso de los remos.
A las 11 de la noche desembarcamos en el Arenal Grande, costa del Uruguay. En ese momento no pudimos menos que besar el suelo de nuestra Patria. Concluido el desembarque, D. Juan Antonio Lavalleja despachó los dos lanchones para Buenos Aires llevando la lista de los Treinta y Tres a don Pedro Trápani, cuyo señor fue quien nos proporcionó los recursos para nuestra expedición.
Concluido este trabajo, nuestro jefe Lavalleja tomó la bandera y nos dirigió una proclama llena de fuego y patriotismo a la que contestamos con el mismo ardor, jurando llevar adelante nuestra empresa de Libertad o Muerte.”
¡Y la Libertad se ganó!
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