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A 40 años de su fallecimiento Manuel Flores Silva recordó el fallecimiento de su padre, Manuel Flores Mora, MANECO, de esta manera: Ese día, 15 de febrero de 1985, llegaba por fin la democracia por la que Maneco tanto había trabajado: caía la dictadura. Jorge Batlle presidiría la sesión inaugural del Parlamento. En reconocimiento Jorge le había llamado por teléfono y lo había invitado al palco de honor. “Junto a Doña Matilde”, le dijo Jorge. Se refería a su madre.

Maneco y Jorge por algo no relevante se habían batido a duelo con sable 15 años antes, en los tiempos del país del honor. La lucha obsesiva por la democracia los había vuelto a hermanar. Habían vadeado la sangre. Durante un tiempo, en aquel oscuro país de autoritarismo, Jorge, cuya pobreza fue su honor, le llevaba a Maneco una yerba que le gustaba.

Maneco, en aquel febrero de inminente gloria, todavía sufría las secuelas de su tercera operación quirúrgica. No había querido operarse hasta votar en las elecciones que traerían la democracia. Se cuidó de dormir largo esa noche para aparecer con aspecto saludable al día siguiente. Hacía meses que nadie le veía en público después de su intervención. La terapia había funcionado muy bien pero el corazón lo había sentido. El mal agazapado daría el golpe el día del triunfo. La cita con la democracia era a las 15 horas. Se despertó poco antes de las 8 de la mañana. Le pidió a su hijo Pablo que le alcanzara un café. Pablo fue a buscarlo y desde otra habitación oyó que Maneco ya no respiraba.

Cruel, pero alguna piedad final lo hizo indoloro. Pablo le había acompañado en las tres cirugías dentro de la sala de operaciones. Desde ese momento Maneco nos acompaña de otra manera. Dialogamos con sus frases. Hoy hace 40 años de eso. Recuerdo bien ese día. El mes siguiente se me borró de la cabeza probablemente por el impacto. Solo recuerdo vagamente una de mis intervenciones en el Senado por un tema álgido.

He elegido hoy en su homenaje una frase sobre el sentido de la muerte extraída de un discurso por televisión que él pronunciara en la campaña electoral de 1971. En esa época no existía el video y en la televisión no se grababa. Caminando los dos por la rambla, Maneco me dijo en la tarde los 45 minutos de su discurso. Con precisión clavó el fin en el minuto indicado.

En la noche en el canal lo dijo en vivo exactamente igual, palabra a palabra. Textualmente, sentidamente, como lo había pensado. Era un mundo sin papeles auxiliares sino solo registros del alma.

Hoy es parte de su legado republicano: “Pensamos como el poeta bíblico, que el hombre hijo de mujer vive brevemente entre miserias, es hollado como la flor de los campos y pasa como las sombras. Pero creemos que asimismo esta vida tiene un sentido profundo más allá de que algún día llegará la hora en que lo perdamos todo. El tránsito, el fin, después del cual nadie se lleva nada: ni riquezas, ni honores, ni acciones, ni gloria, ni palabras, ni fortuna. Sino que le queda una sola cosa que es volver a la tierra. Pues que tierra vamos a ser, no olvidemos nunca que en el caso de casi todos ustedes, como en el mío, cuando volvamos a la tierra va a ser precisamente a ésta, a la uruguaya, a la nuestra. Yo, que como ustedes soy hijo de una tradición milenaria que piensa que el hombre nada vale, que sólo vale lo que él haga al servicio de los demás, digo que cuando bajemos a esta tierra la única cosa que nos podemos llevar es la convicción muy honda de que más allá de risas o de lágrimas, de penas o de glorias, ella nos reciba como al hijo que no la traicionó."

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