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La proclamación del nuevo Papa, León XIV, parece representar una continuidad singular del derrotero marcado por Francisco. Que el flamante pontífice sea estadounidense ratifica, en principio, un movimiento que se inició con la entronización del polaco Karol Wojtyla: la conducción de la Iglesia se alejaba de Europa Occidental; con Bergoglio incorporó la mirada de las periferias en general y la latinoamericana -  rioplatense. Con el papa León, nacido Robert Prevost, un estadounidense de Chicago que vivió y misionó 18 años en Perú y que está extensamente vinculado a la Iglesia latinoamericana, el papado queda en América, se panamericaniza, si se quiere. El catolicismo se proyecta con fuerza hacia América del Norte. Donald Trump había distribuido por las redes una imagen suya disfrazado de Papa. La Iglesia ha puesto en escena un Papa americano de verdad.

En su primer mensaje urbi et orbi, desde el balcón de San Pedro donde fue proclamado, León XIV orientó con transparencia sobre el rumbo que piensa para su acción. La primera clave está, quizás, en el nombre adoptado: El León anterior que ocupó el papado, León XIII fue un pontífice modernizador y comprometido socialmente. Es el autor de la encíclica base de la doctrina social de la Iglesia (Rerum Novarum, “De las cosas nuevas”), interesado en la cultura y la enseñanza, proyectó internacionalmente a la Iglesia, se interesó especialmente por el desarrollo del catolicismo en los Estados Unidos y por las misiones a Africa y desplegó un activismo ecuménico que se reflejó en relaciones muy estrechas con la ortodoxia turca y con el anglicanismo.

El nombre no es poco significativo, pero además está su mensaje: las dos menciones emocionadas a Francisco tributan al proceso de cambios impulsado por el Papa anterior, presentes en varios párrafos de su alocución: Empezó invocando la paz: una “paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante”. Convocó a buscar una Iglesia abierta y misionera, “que construye puentes, el diálogo, siempre abierta a acoger como esta plaza con los brazos abiertos”; una Iglesia al servicio de “todos los que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, el diálogo y el amor”, una Iglesia “que camina”, una Iglesia sinodal que “busca siempre la paz, la caridad, que busca estar cerca especialmente de quienes sufren… Dios nos quiere, Dios los ama a todos, y el mal no prevalecerá. Ayúdennos también ustedes a construir puentes, con el diálogo, con el encuentro”. La Iglesia encontró su camino para la continuidad y la unidad.

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