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El reciente libro de la psiquiatra estadounidense Miriam Grossman, titulado “¿Qué le están enseñando a mi hijo?”, publicado en español, plantea una fuerte crítica a la educación sexual que actualmente se imparte en algunos centros educacionales, influenciada por la ideología de género. Grossman, especialista en familia y salud mental, defiende una visión que combina ciencia y sentido común, en la que se subraya que los padres son los primeros y principales educadores de sus hijos y deben tener un rol activo en la formación de su sexualidad.

Para la autora, la educación sexual debería promover la vida, la familia y la verdadera libertad, dejando en claro que las relaciones sexuales no son un juego, sino un asunto de enorme trascendencia biológica, emocional y social. A su juicio, la enseñanza actual minimiza los riesgos y transmite mensajes superficiales que reducen la sexualidad a una mera actividad recreativa.

Uno de los ejes de su planteo es la vulnerabilidad de las adolescentes. Grossman explica que, hasta alrededor de los veinte años, el cuello del útero de las jóvenes es inmaduro, lo que las hace más propensas a contraer infecciones de transmisión sexual (ITS). A eso se suma la falta de preparación emocional, lo que incrementa riesgos de depresión y consecuencias psicológicas adversas. En este sentido, insiste en que lo más saludable es esperar para iniciar la vida sexual. No se trata de un argumento moral, afirma, sino de un ideal médico y científico, de la misma forma que se recomienda una alimentación adecuada o la práctica de ejercicio físico.

Grossman sostiene que la educación sexual debe ser gradual y adecuada a la edad. Reconoce que la realidad es compleja y que no todos los adolescentes seguirán el ideal de la espera, pero reclama a las autoridades educativas mayor claridad para transmitir la seriedad del tema. A su juicio, la verdadera libertad sexual se alcanza en la madurez, cuando se reducen los riesgos de infecciones, embarazos no deseados y situaciones traumáticas.

Asimismo, remarca que la sexualidad genera vínculos profundos, dado que durante las relaciones se libera oxitocina, una hormona que fortalece la confianza, la complicidad y el apego. Por ello, rechaza la idea de que el sexo pueda equipararse a un deporte o a una actividad trivial. Una sola experiencia, advierte, puede tener consecuencias duraderas: un embarazo, un aborto o una enfermedad que alteren radicalmente la vida.

En cuanto al papel de la familia, Grossman considera indispensable empoderar a los padres para que puedan transmitir valores y conocimientos a sus hijos. Reconoce que en la cultura actual muchos se sienten desbordados o tentados a delegar esa tarea en la escuela, pero insiste en que la responsabilidad es insustituible. Según su visión, no existe una educación sexual “neutral”: toda propuesta lleva implícitos valores, aunque se niegue. La aparente neutralidad es, en realidad, relativismo.

En conclusión, el libro de Miriam Grossman propone recuperar la centralidad de la familia y la mirada científica en la educación sexual, alejándola de ideologías y banalizaciones. Plantea un llamado a la reflexión sobre cómo preparar a los jóvenes para vivir la sexualidad de forma libre, pero responsable y consciente de su profundo impacto en la vida personal y social.

 

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Royce Joyas
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