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Dustin Hoffman y Robert Redford junto a los periodistas del Washngton Post, papeles que interpretaron en la película "Todos los hombres del presidente": Carl Bernstein y Bob Woodward en 1970.

La muerte de Robert Redford reaviva una historia poco conocida que hoy desde este viejo bastión de la libertad que es LA PRENSA queremos recordar: su profundo involucramiento con el caso que derribó al presidente Nixon. Más que un actor, Redford fue un símbolo de integridad, compromiso cívico y defensa de la libertad de expresión.

Un actor comprometido con algo más que el cine

Robert Redford no solo fue uno de los rostros más reconocidos de Hollywood durante décadas, sino que fue también un defensor apasionado de la democracia, un activista ambiental y un aliado fundamental de la prensa libre. Su vínculo con el caso Watergate —el escándalo político que culminó con la renuncia del presidente Richard Nixon en 1974— revela una faceta profundamente comprometida de un artista muchas veces reducido a su carisma en pantalla grande.

El reciente fallecimiento de Redford, ocurrido en su rancho de Provo, Utah, a los 89 años, deja al descubierto la riqueza de una vida marcada no solo por la fama, sino también por la acción política, el pensamiento crítico y una obstinada búsqueda de justicia.

Fascinado por el periodismo de investigación

Durante los años posteriores al escándalo de Watergate, Robert Redford se obsesionó con el trabajo realizado por los periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein. Ambos reporteros habían destapado lo que en principio parecía un simple robo en las oficinas del Partido Demócrata, pero que pronto se convirtió en una investigación monumental sobre abuso de poder y corrupción al más alto nivel.

Redford no solo admiraba la historia: la entendía como un relato fundamental de la lucha entre el poder y la verdad. Esa fascinación lo llevó a contactar personalmente a Woodward —quien en un principio no creyó que la voz al teléfono perteneciera al verdadero Robert Redford—, para plantearle una idea ambiciosa: llevar la historia al cine de la forma más fiel posible.

Todos los hombres del presidente: mucho más que una película

En 1976 se estrenó Todos los hombres del presidente, película dirigida por Alan J. Pakula y protagonizada por Redford como Woodward y Dustin Hoffman como Bernstein. Pero lo que el público no sabía entonces era el nivel de implicación que había tenido Redford en la gestación de ese proyecto. Fue él quien compró los derechos del libro en el que se basó el guion, y quien invirtió 450 mil dólares de su propio bolsillo para que la historia llegara a la gran pantalla.

Su objetivo no era solo hacer una buena película, sino garantizar que fuera precisa, rigurosa y respetuosa con los hechos. Redford revisó personalmente cada borrador del guion, en constante comunicación con los periodistas. Cuando William Goldman, el guionista contratado, entregó un primer libreto que distorsionaba los eventos reales, Redford insistió en reescribirlo para preservar la integridad de la historia. Su obsesión con el detalle llevó a que incluso los protagonistas reales —Woodward y Bernstein— reconocieran que Redford se había transformado en un periodista más durante el proceso.

Una defensa explícita de la prensa libre

En tiempos de creciente hostilidad hacia los medios de comunicación, Todos los hombres del presidente se volvió un emblema de la libertad de prensa y de la necesidad de que existan voces independientes frente al poder político. Redford entendía esto profundamente. Su compromiso no era meramente estético o narrativo: era político y ético.

No se conocen declaraciones recientes de Redford sobre figuras como Donald Trump, pero es difícil no imaginar su indignación ante los ataques contemporáneos a la prensa y la proliferación de discursos que ponen en duda la legitimidad del periodismo de investigación. Su vida y obra parecen una respuesta premonitoria y contundente frente a esas amenazas.

Un activista silencioso pero constante

La defensa de la libertad de expresión no fue el único frente donde Redford demostró su compromiso con causas públicas. En Utah, donde vivió durante décadas, fundó el Instituto Sundance, que dio origen al prestigioso festival de cine independiente del mismo nombre. Desde allí impulsó a nuevas generaciones de cineastas, incluidos nombres como Quentin Tarantino y Steven Soderbergh, brindándoles un espacio creativo libre de las imposiciones de los grandes estudios de Hollywood.

Además, fue un ferviente ecologista. Se opuso con firmeza a la instalación de una planta a carbón en el valle de Provo durante los años setenta, enfrentándose incluso a sectores de la población local. Durante cinco décadas formó parte del Consejo de Defensa de Recursos Naturales de Estados Unidos, desde donde promovió políticas de desarrollo sostenible.

Una figura que trasciende el cine

Robert Redford fue mucho más que un galán de la pantalla grande. Fue un hombre que usó su fama para amplificar causas nobles, que entendió el poder del arte como herramienta de transformación social y que creyó firmemente en el valor de una prensa libre como pilar de la democracia.

Su legado no puede medirse solo en taquilla, premios o títulos. Debe medirse también en impacto, en valentía y en principios. Desde LA PRENSA queremos recordar y homenajear a esta figura enorme, no solo del cine, sino también del pensamiento cívico y la conciencia democrática.

Hoy, más que nunca, necesitamos a más Redfords.

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