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Los chorizos no solo eran parte de la comida diaria, sino que también eran protagonistas en los asados, donde siempre se escuchaban comentarios como: "¡Qué buen chorizo sacó Curruca!". Era un oficio que daba trabajo a muchas personas, extendiéndose hasta altas horas de la noche su elaboración.

El progreso nos ha traído muchas comodidades, pero también ha dejado atrás costumbres y tradiciones que formaban parte de nuestra identidad. En la década del 80, y seguramente antes también, en los barrios de Salto –y en especial en el barrio Artigas, donde crecí– la producción de alimentos caseros era una parte esencial de la vida cotidiana.

En aquellos tiempos, el arte de lo que hoy llamamos "producción artesanal" simplemente era "hacer en casa". En mi barrio, por ejemplo, había muchos "choriceros", familias dedicadas a la elaboración de chorizos y otros productos derivados de la faena del matadero municipal. Nombres como Monetta, De los Santos, Yirica, Chicharra, Curruca,  Dora de Mora o  lo de Nibia que son los Albernaz , conocidos por todos. No solo hacían chorizos, sino también morcillas, butifarras y el famoso queso de pata de vaca o de pata de chancho.

Uno de los personajes más recordados en esta cadena de producción era Monyolo, quien se encargaba de repartir los chorizos en bolsos, recorriendo las calles del barrio y asegurándose de que cada familia tuviera su ración de aquel manjar casero. Su figura se volvió parte del paisaje cotidiano, llevando consigo no solo los chorizos, sino también el espíritu de una tradición que unía a la comunidad.

El matadero municipal no solo abastecía de carne, sino que generaba un ecosistema de trabajo en torno a la producción de estos productos. Además de los choriceros, había quienes derretían grasa, preparaban parrilladas completas o salaban carne para hacer charque. La gente venía de otros barrios a comprar esos chorizos caseros, cada uno con su receta especial y su toque único de condimentos.

Cuenta la historia que algunos de estos chorizos se hacían con carne de la cabeza de vaca, un ingrediente que pasaba desapercibido en los paladares de la zona debido a la habilidad de los choriceros para mezclar y sazonar. Nadie se quejaba, porque el sabor seguía siendo excelente. Era una época de esplendor y desarrollo, donde la gente se adaptaba a la realidad del momento, aprovechando al máximo cada recurso disponible.

Con el tiempo, todo eso desapareció. El avance de la tecnología y la industria alimentaria transformó la producción en algo masivo y "perfecto", pero sin el alma de aquellos tiempos. Sin embargo, quizás en algún rincón de Salto aún quede algún productor artesanal escondido, resistiendo al paso del tiempo, manteniendo viva una tradición que fue parte de nuestra historia. Hoy, el chorizo sigue en nuestras mesas, pero aquel sabor único, hecho en casa y con manos trabajadoras del barrio, es un recuerdo que nos lleva de vuelta a esos días donde lo casero no era un lujo, sino una forma de vida.

Actualmente, han surgido otros productos como los "choriquesos", una versión distinta que ha cambiado el concepto del verdadero chorizo. Hoy, se distingue entre el "chorizo puro", hecho solo de carne, y la mezcla con tocino, dando paso a una evolución en la gastronomía local. Aunque los sabores han cambiado, el recuerdo de aquellos chorizos artesanales sigue vivo en quienes los disfrutaron en su época dorada.

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