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El discurso inaugural de Gabriel Casaravilla como presidente de la delegación uruguaya en la Comisión Técnica Mixta (CTM) de Salto Grande marca un punto de inflexión en la gestión pública. Con un tono firme y reflexivo, Casaravilla no solo delineó los pilares sobre los que pretende construir su administración, sino que envió un mensaje claro a la ciudadanía: no todo vale en la función pública. Apunto a su compromiso, con una gestión profesional, alejada del clientelismo político, y centrada en resultados concretos para la gente, especialmente los jóvenes. Algo al que adherimos y apoyamos. Fue categórico al declarar que su equipo no usará la CTM como “trampolín político”. Más que una promesa, es una toma de posición ética en un contexto donde el descrédito hacia la política ha crecido alimentado por casos de favoritismo, acomodos y designaciones sin mérito. Pecado, que téngase muy en cuenta, ningún partido político de nuestro país, que ha gobernado, a escapado a esas tristes y lamentables prácticas. Es bueno reconocerlo y tenerlo en cuenta.

 Casaravilla no se limitó a rechazar viejas prácticas; también propuso una visión renovadora del rol de Salto Grande en la región. Al afirmar que la responsabilidad social no se agota en la entrega simbólica de algunos souvenirs, sino en el verdadero compromiso con la comunidad, lo que implica construir empleo genuino, fomentar capacidades productivas y abrir oportunidades para la niñez y la juventud. Su intención de implementar el programa “Yo Estudio y Trabajo” en Salto Grande va en esa línea: conectar a los jóvenes con el mundo laboral de manera concreta y digna.

Llamó la atención, su insistencia en procesos “transparentes y competitivos” para los ingresos y ascensos dentro de la empresa, una postura que contribuye a jerarquizar el empleo público y alejarlo de la lógica partidaria. En una administración que suele estar bajo la lupa, su planteo de equidad y profesionalismo resulta una señal alentadora. Esta visión, si se convierte en hechos, acciones, concretas, puede no solo restaurar la confianza en una institución clave como la CTM de Salto Grande, sino también demostrar que es posible una gestión pública seria, centrada en resultados y no en réditos electorales.

 Porque, como bien señaló, “vinimos acá para hacer lo mejor que podamos con lo que tengamos”. Esa humildad, combinada con convicción, es el tipo de liderazgo que hoy reclamamos los ciudadanos.

Los desafíos que enfrenta Salto Grande son múltiples: desde la eficiencia en la gestión energética hasta el desarrollo económico y social de la región. Pero ninguno de ellos podrá abordarse con éxito si las decisiones siguen supeditadas a intereses partidarios. En ese sentido, el compromiso ético de la nueva administración debe ser entendido no como una excepción, sino como un estándar deseable en toda la función estatal.

Casaravilla, sin duda, ha puesto la vara alta. Ahora, su mayor desafío será demostrar que una gestión sin clientelismo, sin acomodos y con verdadera vocación pública no solo es posible, sino también más eficaz y justa. Esperemos que esta determinación realmente sea llevada a cabo, copiada, implementada y aplicada en todos los ámbitos del Estado.

Que se terminen los malos ejemplos, de los cuales, este gobierno, en las escasas semanas que lleva en el poder, enfrentó episodios protagonizados por tres jerarcas de primera linea,  lo que lamentablemente ha dado pruebas, de que el “no todo vale en la función pública” o aquello de “venimos a  gobernar con honestidad” aún esta por practicarse y cumplirse, como sería deseable. Ojalá lo planteado por Casarvilla, nos repetimos, se logre y que contagie a muchos gobernantes y dirigentes políticos, para que las mañas de la mala política, se terminen de una buena vez y el pueblo se sienta respetado y cuidado, como debería ser por quienes gustan de ser distinguidos como Padres de la Patria.

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