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El debate sobre el papel del sindicalismo en Uruguay ha escalado a un nuevo nivel, dejando de ser una cuestión meramente económica o laboral para convertirse en un severo juicio sobre la estabilidad y el futuro del país. El expresidente Julio María Sanguinetti, con contundencia, no solo analizó la compleja interna del Frente Amplio sino que apuntó a como complica al gobierno de Yamandú Orsi.

A su juicio, el mayor problema que enfrenta hoy la dirigencia política; es un sindicalismo que, en algunas de sus vertientes, ha dejado de ser un motor de derechos para convertirse en un obstáculo "suicida".

Este no es un juicio liviano ni meramente partidario. Es un diagnóstico compartido, en la práctica, por referentes ideológicamente distantes. No podemos olvidar que el extinto expresidente José "Pepe" Mujica, a quien se le atribuye una profunda conexión con las bases populares, fue en su momento igualmente duro con el gremialismo de la educación, señalando a Fenapes por su notoria resistencia a cualquier intento de modernización educativa. Lo que le impidió desarrollar su proclama de “educación, educación, educación”. Que un líder del Frente Amplio hiciera ese tipo de señalamientos y que hoy un líder del Partido Colorado retome y amplíe la crítica, valida la preocupación de fondo: el sindicalismo uruguayo ha entrado en una fase donde, en ciertos sectores, ha traído a colación la interrogante sobre si defiende los derechos de sus afiliados o si está dispuesto a torpedear el interés nacional.

Las palabras de Sanguinetti son precisas y merecen ser analizadas en detalle, pues nombra tres áreas neurálgicas que van desde la formación de la ciudadanía hasta la economía productiva.

En primer lugar, apuntó al sindicato de secundaria. "Es suicida", sentenció, con la justificación más demoledora posible: "porque seguro, como las víctimas las vamos a saber dentro de 20 años, no pasa nada". El costo de su intransigencia no se paga hoy en salarios o condiciones laborales, sino que hipoteca el futuro de miles de jóvenes que egresarán sin las herramientas necesarias para la vida del mañana. La resistencia a la transformación educativa es un acto de sabotaje silencioso cuyo daño es generacional e irreparable, y su impunidad radica en la lejanía temporal de sus consecuencias.

En segundo lugar, se refirió al gremio de Conaprole, calificándolo también de "suicida", señalando que están "desesperados por ver cómo funden a Conaprole", y que han logrado llevar a la quiebra al resto de la industria láctea imponiendo condiciones que otros no pueden cumplir. Esta es una crítica directa a la falta de visión sistémica. Un sindicato que, en su celo por obtener beneficios sectoriales, ignora las leyes de la economía y la competitividad, termina por asfixiar a la propia fuente de trabajo que supuestamente defiende.

Finalmente, Sanguinetti criticó a los gremios del puerto, especialmente al de la pesca, afirmando que "El Uruguay no puede tener una industria de la pesca porque hay un sindicato que resolvió que no lo va a tener, porque esa es la realidad". Este ejemplo pone el foco en el poder de veto que ciertas corporaciones han adquirido sobre el desarrollo de industrias, cercenando la posibilidad de generar riqueza, empleo y divisas para el país. Cuando el derecho a la huelga o a la negociación se transforma en un poder de parálisis nacional, el gremialismo cruza una línea inaceptable.

El punto central, parafraseando la idea inicial, es discernir cuándo el sindicalismo deja de ser lo que debe ser. Su rol histórico es esencial: equilibrar la relación de poder con el capital y garantizar la dignidad del trabajador. Sin embargo, cuando esa función se pervierte y el gremio se encierra en una lógica de privilegio corporativo a costa del bien común, se convierte en un agente de inestabilidad y subdesarrollo.

Las advertencias de Sanguinetti, que resuenan con la frustración expresada en su momento por Mujica respecto a Fenapes, deben encender una alarma en todo el espectro político y social. El país no puede permitirse que sectores gremiales sigan operando bajo una lógica suicida. Es hora de que el sindicalismo uruguayo, en las áreas señaladas, retome el camino de la responsabilidad y el diálogo constructivo, entendiendo que su estabilidad y la de sus afiliados están indisolublemente ligadas al progreso y la competitividad del país. De lo contrario, los costos de su intransigencia, ya visibles si se quiere, en las aulas o mucho antes en la quiebra de una industria, serán una carga insostenible para todos.

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