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Ha pasado más de un mes desde que asumió el nuevo gobierno, que llegó con promesas dirigidas especialmente a los sectores más vulnerables de nuestra sociedad. Entre ellas, una ayuda económica mensual para los jubilados, quienes cobran pensiones que no alcanzan ni para cubrir la canasta básica. Sin embargo, al día de hoy no ha habido ni un anuncio, ni una medida concreta. Nada.

En cambio, lo que sí se ha visto es una creciente expansión del aparato estatal, con nuevos ministerios, cargos repartidos entre amigos del poder y un gasto público que no para de crecer. Mientras tanto, las tarifas, el costo de vida y especialmente el precio de los alimentos siguen en aumento. La realidad golpea fuerte, pero desde el poder parecen no escuchar.

¿Cuándo se darán cuenta quienes nos gobiernos en Uruguay que la única manera de empezar a generar confianza en la población es reduciendo el gasto superfluo del Estado? No se trata de ajustar por ajustar, sino de priorizar, de entender que quienes sostienen al país con su trabajo y sus impuestos ya no dan más. La economía informal crece, las empresas cierran, y miles de trabajadores se aferran al seguro de paro sin saber si volverán a tener un empleo.

Lo más preocupante es la desconexión de la clase política con esta realidad. Parecen más interesados en asegurarse un sueldo, un sillón y un cargo, que en servir al pueblo que los eligió. Y eso no distingue colores ni banderas: son todos iguales cuando se trata de repartirse el poder.

Falta el ejemplo de austeridad, del sacrificio, realmente compartido, para ir tras objetivos de real justicia.

La cuestión es que desde el gobierno en funciones, desde sus secretarias de estado,  todas menos con la honrosa y realistas excepción del titular de Economía, se alienta un relato de lamentaciones,  de haber recibido un país prácticamente en ruinas, con deudas que no se saben como se van a pagar. Pero, no podemos olvidar, de que cuando eran oposición sostenían que tenían todas las soluciones. 

Por ejemplo, una de las grandes promesas incumplidas, es la de $2.500 por alumno del presidente Orsi para el inicio de clases. Muchos padres contaban con ese dinero para comprar útiles y túnicas. Al final, el único recurso fue endeudarse o privarse de otras necesidades. ¿Alguien alzó la voz por ellos? ¿El Pit-Cnt organizó algún paro por esta falta de compromiso con los trabajadores? Silencio absoluto.

Pero, por otro lado, siguen dándose récords de venta de vehículos cero kilómetro y buena parte de la población sigue viajando al exterior, con récord de venta de paquetes a destinos en Brasil, el Caribe o Europa. ¿Tan mal están realmente las cosas? Parecería por estas realidades señaladas, que no.

Lo que, sí esta a la vista, es que el gobierno alienta un relato de desencanto, de desesperanza. Tratando de justificar por no cumplir con lo que prometió. Y no esta demás,  recordar que prometer y no cumplir no solo es una falta de respeto: es una forma de traición.

Por ese relato, muchos ciudadanos sienten temor por el futuro. No solo por lo que no se hizo, sino por lo que se está haciendo mal. El costo de vida sube, los impuestos aprietan y la deuda pública se dispara. Y mientras tanto, nos dicen que los sacrificios serán solo para “los de arriba”, cuando en realidad recaen, como siempre, sobre los mismos: los trabajadores, los jubilados y las familias.

Si no hay un cambio de rumbo real, lo que nos espera no es un país más justo, sino uno más pobre y más desigual. Y eso, como la inoperancia,  por más que lo quieran tapar, no se puede ocultar por mucho más tiempo.

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