La madre de todas las batallas
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Por el Lic. Fabián Bochia
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fbochia@laprensa.com.uy

Hay una pata que es la más importante en el tema de la violencia, a nuestro juicio, y más luego de haber estudiado Criminología como posgrado, y es el de las cárceles superpobladas con prácticamente 16.000 personas privadas de la libertad y con un hacinamiento creciente que golpea por todos lados. No debemos olvidar que el preso en el Uruguay es sobre todo hombre, joven, morocho, desdentado y sin formación educativa ni cultural. Esa es la base, no se trata de justificar ningún delito pero los muchachos tipo "Conexión Ganadera" normalmente zafan.
A fines del año 2015 presenté en la Intendencia la idea de despedir el año en un lugar distinto, así junto al jefe comunal y varios directores, apoyados por el comisario Miguel Ángel Catelotti estuvimos almorzando con muchos privados de libertad en la unidad número veinte que es la de Salto, asentada en el Barrio Artigas. El diálogo con los presos fue tremendo, una mayoría de gurisotes por robar una moto, por arrebatar una cartera, por rapiñar un comercio, por sacarle la cartera a una viejita luego de cobrar, por receptación, por traficar chiquitajes de droga. Ojo, se trata de gente que tiene que pagar el delito, claro está, no es que se los vaya a premiar porque muchas veces esa abuela a la que le arrebataron la cartera al caer se quebró la cadera y pasó meses en el sanatorio y otros tantos para volver a caminar. Y si es nuestra madre o abuela mejor no estar frente al delincuente pues no sabemos de lo que somos capaces de hacer. Eso se entiende; pero también, en la charla antes de la llegada de las carnes y los chorizos, se advertían un montón de gurises sin oportunidades, de padres separados o de hogares monoparentales, que se criaron como pudieron donde pudieron, que comieron salteado, que fueron a la escuela por el comedor, que del liceo se escapan, que de la UTU se escapaban, que tenían que volver con plata a casa sino sonaban, en fin, una ruta más o menos conocida que la sociedad y el Estado no han podido cortar. La mayoría de esos muchachos si hubieran tenido contención y educación no estaban allí.
Hace años, un cuarto de siglo, conocimos a una mujer de una formación y capacidad brillante, era la directora ejecutiva del Plan Caif en Uruguay, la licenciada María Isabel Bove. Ya en ese entonces pedía que por favor se abrieran Centros Caif en todos lados, y subrayaba que un Caif más era una cárcel menos. En pocas palabras asumía que el Estado podía dar una mano en los deficientes procesos de socialización y que era mejor gastar en los guristos que después meterlos a todos adentro con serio riesgo de reincidencia.
El tiempo le dio demasiado la razón a la licenciada Bove, y nuestro paso por la cárcel, que se repitió al año siguiente, nos permitió el diálogo cara a cara con decenas de muchachos que a la larga no estaban contentos con nada, sino que simplemente habían sido parte de un problema que los sobrepasaba por lejos y que estaban pagando del modo que la sociedad les indicaba; privándolos de la libertad.
Si el ex fiscal y actual ministro logra que las cárceles cambien y reconstituyan la dignidad del ser humano será Gardel, Lepera y todos los guitarristas pues es el peor problema del Uruguay y los centros de reclusión son una máquina de generar hacinamiento y enseñarles a los delincuentes cómo delinquir un poco más aprendiendo estrategias increíbles para hacer todo dentro de un submundo que luego nos lastima a todos y que indudablemente nos expone a sufrir sus consecuencias.
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