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Ya se cumplieron diecisiete años de que llegué a La Prensa. Diecisiete años escribiendo la Opinión, muchos editoriales, notas en general y callejeras desde hace bastante también.

Recuerdo tres cosas cuando empecé. Una, la primera nota, era sobre el estado de la ruta 31, la segunda la cara de Virginia, la secretaria y la tercera el nombre que me dio. "Cualquier cosa usted habla con Daniel". "Daniel" era una especie de "Juan solución" del Diario. Si no se encontraba algo, "Daniel", si la nota no llegaba, "Daniel". Como todo, cuando uno empieza en un nuevo trabajo quiere hacer las cosas bien y sobre seguro. Entonces como mandaba por mail llamaba "a Daniel" que me tranquilizaba. Un día lo conocí, un morocho bien armado, simpático pero jodedor. Cuando me agarró la mano empezó, "ahí llega el opinológo, jeje", mi respuesta, dura, jodona, era "ser negro ya está pero negro y malandra es duro de pelar", todo  lo que fue cimentado una amistad basada en la confianza y el respeto.

Un día me invitó a un asado en su casa con familiares, vecinos y amigos y comprobé el enorme cariño que Daniel Álvez generaba, se lo quería por la madera con que estaba hecho. No repetí eso y me quedó colgado en el tintero de los desafíos que nunca más podré cumplir.

Daniel era en sí una reserva de talento y bondad. Porque hay gente que es buena pero es burra, este era bueno y activo y además sumaba la capacidad. Detrás de ese morochón fornido había una enorme capacidad de hacer las cosas. Diagramaba, imprimía, corregía, organizaba, le faltaba hacer la Opinión, pero por suerte no se dedicó sino me dejaba sin trabajo.

Cuando accedí a ser el número dos de la Intendencia me dio un abrazo y se puso a las órdenes. Me felicitó y me apoyó con sinceridad y cariño.

Hace unos días Angélica escribió una nota preciosa recordando a un ser distinto y sano como Daniel y de paso nos recordó que puede escribir muy bien, que de eso se trata en una casa de periodistas. Esta nota ni le pica pero va con el alma.

Recordar al Negro Álvez es recordar a un tipo derecho y siempre dispuesto, porque Daniel tenía eso, tenía tiempo para la gente, Daniel era un espacio de tiempo para todos, quizás menos para él.

Cuando me enteré de su muerte caí en seco, son esas cosas que entendés que no son bromas de mal gusto ni nada por el estilo. Lo entendí como una marca del destino que nos recuerda que siempre somos su presa, y que no es necesario ser bueno o ser malo, sino que alcanza con que te toque. Porque si es por bondad Daniel seguía eterno.

Puteé con bronca para adentro porque además había mucho de egoísmo en eso pues en mi bajeza humana pensé en todo lo que perdíamos de su aporte técnico y compañero, y no pensé, como debería, en su aporte a su familia y a su entorno que se basaba en las increíbles capacidades altruistas para pensar siempre primero en los demás. Ese era Daniel, un tipo capaz de correr la hora de irse sin mirar el celular solo para ayudar. El ícono que tenemos los periodistas del Diario en el whats app tiene su cara y está bien. Daniel nos mira desde lejos y desde cerca y nos interpela con su moral intacta. Nadie de este grupo puede hacer una macana ante la mirada de un señor como Daniel.

El tiempo hace que nos recuerde que el pasado 3 de diciembre se cumplió fecha de su partida. Ojalá desde el más allá pueda influir con su eterna estrategia de hacer el bien por sobre todas las cosas, quizás la primera condición de un ser humano que Daniel hacía, sin saberlo, desde su sencilla perfección.

 

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