Cuando el eco no se apaga /
La batalla de “El Progreso” y “Ecos del Progreso” por la libertad de prensa.
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Por Leonardo Vinci
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joselopez99@adinet.com.uy
En los años en que la censura pretendió instalarse como norma y el miedo como método de gobierno, hubo en Salto una voz que se negó a callar. Esa voz fue primero El Progreso y, luego, Ecos del Progreso. La historia de ambos periódicos, íntimamente vinculada a la familia Semblat, es también la historia de una comunidad que encontró en la prensa un espacio para la dignidad y la resistencia.
Cuenta don Antonio Catalá, en sus Apuntes Biográficos, que durante la dictadura de Lorenzo Latorre —cuando la mordaza a la prensa se impuso con la brutalidad de un decreto sin apelaciones— El Progreso decidió no bajar la mirada. El diario protestó “con viril indignación”, como destacaba Catalá, frente a la agresión contra las libertades públicas. La respuesta del régimen no se hizo esperar: su director, don Mauricio Semblat, fue cobardemente atacado por esbirros del poder, apaleado por dos sargentos del tercer regimiento de cazadores en las calles salteñas, de noche, al amparo de la impunidad.
Lejos de intimidar, el golpe confirmó el carácter del periódico. “El Progreso” consolidó entonces su perfil de “diario de combate”, como se lo definía en la época. No se trataba solo de informar, sino de sostener una prédica independiente en momentos en que el silencio era la opción más segura. Su clausura, ordenada poco después del atentado contra Semblat, pretendía ser el capítulo final de esa rebeldía tipográfica. No lo fue.
Desde la misma imprenta surgió, casi como una respuesta instintiva de supervivencia, “Ecos del Progreso”. El nuevo nombre, elegido con intención transparente, señalaba que la tiranía podía cerrar puertas, pero no apagar resonancias. El eco de las ideas —parecía decir— no conoce clausuras administrativas. Ese eco, además, tendría continuidad familiar: al fallecer don Mauricio, su hijo Aníbal tomó la posta y se hizo cargo del diario.
Al frente de “Ecos del Progreso”, Aníbal Semblat mantuvo “la bandera tradicional de combate” del periódico. No buscó más estímulo para su tarea que “la sanción popular”, la aprobación o el rechazo de los lectores, verdadero tribunal de la prensa independiente. Su labor se inscribió en una tradición que veía en el periodismo no un oficio cómodo, sino una forma de participación cívica.
Con el paso del tiempo, los ejemplares de estos diarios se transformaron en algo más que periódicos. Se volvieron archivo, memoria viva, fuente insustituible para quienes quisieran comprender el Salto antiguo. Casi todos los autores que escribieron sobre la ciudad bebieron, en mayor o menor medida, de esas colecciones. Sin embargo, el acceso a ellas no siempre estuvo al alcance de todos.
Durante largos años, la consulta de ambas series en la Biblioteca Nacional quedó reservada a historiadores registrados. En 1985, la Junta Departamental solicitó formalmente, a través del Ministerio de Educación y Cultura, la donación de una de las dos colecciones para el gobierno departamental. La respuesta no fue positiva: la Biblioteca prefería, antes de desprenderse de un juego, microfilmar los ejemplares para asegurar su preservación.
El tiempo pasó y, con él, cambiaron algunas disposiciones. Años después, las autoridades bibliotecarias mostraron mayor receptividad a la idea de que una colección —aunque incompleta— regresara a su lugar de origen. Pero entonces fue la propia comuna salteña la que no llegó a concretar el traslado. La historia parecía empecinarse en dejar esos papeles fundacionales a mitad de camino.
Hoy, cuando la reflexión sobre la memoria y el patrimonio cobra nuevos bríos, vuelve a plantearse una pregunta sencilla y potente: ¿no es hora de que esas páginas retornen al sitio donde fueron escritas? La Intendencia tiene por delante la oportunidad —y, para muchos, la responsabilidad— de retomar las gestiones ante la Biblioteca Nacional. No se trata solo de custodiar viejos periódicos, sino de reconectar a la comunidad con una parte esencial de su identidad.
Porque en esos ejemplares amarillentos late algo más que tinta y papel. Late la historia de quienes, frente a la mordaza, eligieron la palabra. Late la valentía de Mauricio y Aníbal Semblat, pero también la de los lectores que hicieron de “El Progreso” y “Ecos del Progreso” una causa compartida. Y late, sobre todo, una convicción que trasciende épocas y dictaduras: las ideas, cuando son justas, encuentran siempre la manera de seguir haciendo eco
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