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A comienzos de este año, desde esta página fue recordado el gran escritor Franz Kafka, al cumplirse 110 años de la publicación de su obra más famosa, La metamorfosis. Ahora, un lector asiduo de Punto y Aparte nos ha hecho llegar el siguiente material. Valioso material que agradecemos y compartimos:

Franz Kafka solía frecuentar los prostíbulos de Praga. Desde muy joven, su padre le había aconsejado acudir a una meretriz. Después de una primera y rotunda negativa (él siempre intentó ser lo opuesto a su padre), en 1912, cuando dejó su papel como lector y empezó realmente a escribir, también exploró otra inquietud. Mientras viajaba por Europa con su amigo Max Brod, además de realizar unos dibujos curiosísimos y asistir a playas nudistas, visitó diversos burdeles, lo cual terminó convirtiéndose en un hábito. Kafka disfrutaba de la playa, jugaba al tenis y a menudo se lo veía sonriente. Manejaba su motocicleta a toda velocidad rumbo a los lupanares.

Le escribe a Max Brod: “Ayer, de pura soledad, me llevé a una prostituta a un hotel. Era demasiado vieja para seguir siendo melancólica. Y solo le apenaba que los hombres no fueran tan cariñosos con las prostitutas como lo son con sus amantes. Y no la consolé porque ella tampoco me consoló.”

Lo anterior puede chocar con la imagen idealizada que se ha difundido de él: el genio oscuro de laberintos opresivos, el asceta lumínico que nos libra de su revelación. El monje, el monasterio que es Franz Kafka. También se lo suele ver, al igual que a Poe, como un escritor atormentadísimo que solo retrata sus miserias.

En lo personal, yo he visto otra imagen: la de un genio que puede leer este mundo, pero también la de un artista que juega y, desde una recóndita y lúcida imaginación, impone sus visiones infantiles y terriblemente hilarantes. Si hay alguien que me ha hecho reír, tiene que ser él. Hay un cuento que se titula "La cigüeña". Un personaje encuentra un huevo de cigüeña encima de su mesa, así que se propone alimentarlo y lo hace con pescado podrido. Todo con la condición de que, cuando el pájaro crezca, lo lleve volando hacia las tierras del sur. Como no confía completamente en el ave, y para mayor seguridad, le pone una pluma en el pico y la obliga a firmar un contrato.

No solo en su biografía, sino también en su obra, podemos entender que en realidad no se parece a la imagen mítica, atormentada y sacrosanta que quieren hacernos creer. Lo veo mucho más extrovertido y cómico, renuente al aislamiento y en busca de placer carnal.

Mientras escribía, solía beber leche azucarada.

(Escrito por Francisco Sandoval)

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