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A pocos días de su fallecimiento, parece importante dimensionar a Mario Vargas Llosa (Perú, 28 de marzo de 1936 - 13 de abril de 2025) simplemente recordando que fue mucho más que un gran novelista. En América Latina han sido muy pocos (alcanzan los dedos de una mano para contarlos) los escritores que obtuvieron el Premio Nobel de Literatura. Vargas Llosa fue uno. Lo fue por su obra narrativa sí, es cierto, pero no puede desconocerse al menos un par de facetas más en su brillante trayectoria. Una, la del autor de obras de teatro. Otra, la del ensayista.

Mientras escribo este artículo, observo en mi biblioteca un volumen publicado por la Editorial Alfaguara en el año 2006, de más de 500 páginas, en el que se reúne las principales obras escritas por el peruano para teatro. Sí, fue también un muy buen dramaturgo (con obras como “La Chunga”, “El loco de los balcones”, “Ojos bonitos, cuadros feos”, entre otras). Sucede que la superioridad de sus novelas eclipsó en él a otros géneros que también cultivó con maestría.

En tanto como ensayista sus temas fueron de los más diversos: arte, política y tantos más. Pero en esa esfera, queremos especialmente hoy, hacer referencia a su libro “La civilización del espectáculo”, editado en el año 2012. Es un ensayo brillante, que advierte con argumentos difícilmente superables, sobre la banalización creciente de la cultura y el arte. En esas páginas, deja en evidencia el daño que se le hace a la cultura y el arte en un tiempo en que, so pretexto de una mal entendida “democratización”, se ha llegado al “todo vale” y el ambiente cultural (sobre todo en países sudamericanos) se ha convertido, según sus propias palabras, en “una selva promiscua”.

Dice allí: “…La cultura atraviesa una crisis profunda y ha entrado en decadencia (…). Es verdad que los diarios y revistas más serios publican todavía reseñas de libros, exposiciones y conciertos, pero ¿alguien lee a esos paladines solitarios que tratan de poner cierto orden jerárquico en esa selva promiscua en que se ha convertido la oferta cultural de nuestros días? (…) La literatura light, como el cine light y el arte light, da la impresión cómoda al lector y al espectador de ser culto, revolucionario, moderno, y de estar a la vanguardia, con un mínimo esfuerzo intelectual. De este modo, esa cultura, que se pretende avanzada y rupturista, en verdad propaga el conformismo a través de sus manifestaciones peores: la complacencia y la autosatisfacción…”.

Y tiene sobrada razón.

Así que desde esta página y como el mejor de todos los homenajes que se le puede hacer, la invitación es a leerlo. “La Tía Julia y el escribidor”, “Pantaleón y las visitadoras”, “La fiesta del Chivo” y todas las novelas suyas que usted quiera…Pero no olvidemos su teatro y sus ensayos, porque en eso también fue, realmente, un grande. Mucho más que un novelista.

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