Por Mario Kroeff Devincenzi
Nunca fui defensor a ultranza de los proyectos sobre las regalías de Salto Grande. De ninguno de ellos, hay varios en el Parlamento presentados por distintos legisladores. Fui testigo presencial en almuerzos de trabajo del Dr. Jorge Batlle con los presidentes de UTE y CTM al respecto, las implicancias de semejante condición, el carácter de obra nacional de la represa, los antecedentes que podían perjudicar al estado y el criterio de distribución de los recursos, en fin las razones de la predisposición negativa del poder central de dar bandera libre a tales aspiraciones esporádicas de la región de Salto Grande.  Una y otra vez el tema se ponía arriba de la mesa por políticos de todos los colores. Era la vaca de la que se podía ordeñar sistemáticamente.

Recuerdo asimismo que el ex intendente Eduardo Malaquina siempre dijo que él lograba más recursos para Salto con una conversación telefónica con el presidente Sanguinetti que por las supuestas regalías en cuestión. Así fue con los millones de dólares solicitados para la construcción del edificio de la Regional Norte de la UDELAR. Además, habría que ver de que dinero estamos hablado, porque no sería solo Salto el beneficiado pues por lo menos Artigas y Paysandú estarían involucrados en el reparto de recursos, sino más departamentos. Y de seguro, que tales montos no se sumarían a los que ya envía en forma creciente el Ejecutivo por diversas vías sino que se restaría del monto total, en vez de una suma, entonces, contrariamente a lo que piensa todo el mundo sería una resta probablemente.

La represa de Salto Grande es una gran obra binacional de integración, generación de energía eléctrica y navegabilidad del Río Uruguay. Las dos primeras se cumplen adecuadamente y la tercera todavía en veremos. Las cartas reversales de Salto Grande se firmaron en 1946 y recién en 1974, 28 años después comenzó su construcción. Y al día de hoy,  46 años después de la inauguración sigue pendiente la navegación aguas arriba de la represa; la esclusa construida a tales efectos, es testigo mudo de una obra inconclusa. Sin dudas que la obra internacional fue un cambio muy importante y positivo para la región en todo sentido, económico, social y cultural. Ahora, con vistas al futuro, es tiempo para la concreción del sueño de la navegabilidad, que dará otro empujón al desarrollo regional y salteño en particular. Esta posibilidad y no las “regalías” es el cambio cualitativo esperable con las obras civiles, el tráfico de barcazas, la instalación de zonas francas, de un polo logístico multimodal, de parques agro industriales, y un sinnúmero de empresas interesadas en operar en una zona de pujante actividad económica.

La sola construcción de canales, de las esclusas o de un mecanismo de by-pass son inversiones multimillonarias que darán empleos puntual y parcial a muchos coterráneos, igual que los miles que empleó la construcción de la represa en su momento. Luego todo la maraña y engranaje productivo, logístico y comercial vinculado al tránsito fluvial sobre todo desde el norte de Argentina, Uruguay y Brasil hacia los puertos del sur. No son los 100 millones de dólares invertidos en el ANTEL-ARENA ni los 800 millones de la capitalización de ANCAP sino un negocio mucho más seguro y rentable. Ya hay varios estudios, de todo tipo, que confirman las cargas y los volúmenes de mercaderías y granos que podrían pasar por Salto Grande, pagar un canon, contratar servicios y hacer negocios.

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