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No es la primera vez que escribo sobre el padre Nicolás Aguilar, que en los años 50, tenía a su cargo la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús del Cerro. Por lo que pude saber, era un hombre de mediana edad que llevaba una vida austera siendo reconocido por su generosidad. Aguilar cumplía una esforzada labor social, destacándose por la distribución de ropa y comestibles a las familias más necesitadas de la zona. Trabajaba intensamente a favor de los más humildes. La ropa que recibía para su uso personal, prontamente cambiaba de manos.

Había venido del sur del país, vinculándose estrechamente con la comunidad del Barrio Baltasar Brum, especialmente con los más jóvenes. Sus fiestas patronales en la parroquia resultaban memorables, según recuerda aún hoy el vecindario.
Aguilar fue el primero en formar en nuestra ciudad un grupo de Boy Scouts, con el objetivo de educar a los más jóvenes y convertirlos en ciudadanos responsables a través de la participación en variadas actividades al aire libre.

Los gurises aprendían a hacer fogatas, a cocinar a fuego abierto y recibían instrucción sobre seguridad alimentaria.
En los campamentos, los jóvenes dormían en carpas o bajo las estrellas.  Aprendían a llevarse bien con otros niños y participaban de los quehaceres pertinentes trabajando en equipo, siendo ésta una buena manera de prepararse para la vida adulta.

Cada chico tenía asignada una responsabilidad importante que cumplir en el grupo. Los domingos, por lo general, el Cura se trasladaba con los chiquilines de la barriada, a montes próximos al Salto Grande. En el caluroso verano de 1959- año que luego sería recordado por las grandes inundaciones- Aguilar y varios jovencitos, fueron de excursión al Parque José Luis.
Ese día, mientras los boy scouts se divertían bañándose en las aguas del río Uruguay a las que se lanzaban desde unas piedras, el sacerdote notó que se zambullían en un lugar peligrosamente profundo. De pronto advirtió que algunos niños perdían pie, corriendo peligro sus vidas. Aguilar no dudó un instante y se arrojó a las aguas para socorrer a los asustados menores a punto de ahogarse. Acercó a nado hasta la orilla a dos de ellos. Cuando el Cura logró poner a salvo a un tercero- seguramente debido al enorme esfuerzo físico realizado- sufrió un calambre o un paro cardíaco y fue arrastrado por la corriente.

El Padre Nicolás Jesús Aguilar salvó a los niños de una muerte segura, sacrificando su propia vida. Fue sin dudas un acto de noble heroísmo en circunstancias extremas donde afloró lo mejor del ser humano. Sus restos mortales fueron sepultados en la Diócesis a la que pertenecía, donde sus acciones siempre son recordadas por los feligreses.

A pocos metros del río- cerca de la represa- puede leerse en una piedra al ras del piso “El amor más grande que uno puede tener es el de dar su vida a sus amigos”. Pero ello no es suficiente. Los hombres de su entereza, coraje y valor, deben ser valorados por la sociedad toda con profundo respeto. No logro comprender cómo es posible que su nombre haya caído en el olvido, cuando debió perpetuarse en el bronce que se destaque en nuestras plazas.

La memoria del Padre Aguilar lo merece.

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