Europa otra vez posterga y la región ¿toma otro camino?
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Por José Pedro Cardozo
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La nueva postergación de la firma del acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea no es solo una mala noticia diplomática: es, sobre todo, una frustración política y estratégica que vuelve a desnudar una realidad incómoda. Después de más de treinta años de negociaciones, anuncios rimbombantes y promesas reiteradas, el entendimiento vuelve a quedar en suspenso. Y, como tantas veces, la razón es la misma: la resistencia interna de algunos países europeos, especialmente de sectores agropecuarios fuertemente subsidiados, que no están dispuestos a competir en igualdad de condiciones.
No es casual que los presidentes del Mercosur, entre ellos el uruguayo Yamandú Orsi, pese a la fallida firma, igual se hayan reunido en Foz de Iguazú. El clima es de decepción, pero también de hartazgo. La escena se repite con una regularidad casi irónica: cuando el acuerdo parece al alcance de la mano, aparecen las protestas en Francia, Italia, Hungría o Polonia, se agitan los fantasmas del “daño” al productor europeo y Bruselas vuelve a pedir paciencia. Paciencia que, para el Mercosur, ya se parece demasiado al viejo cuento del pastor mentiroso.
Resulta difícil de entender —o de justificar— que se siga ignorando la magnitud de lo que está en juego. Un acuerdo entre ambos bloques abriría un mercado de más de 700 millones de consumidores, con beneficios evidentes para las dos partes. Sin embargo, Europa parece atrapada en sus propias contradicciones: proclama la apertura y el multilateralismo, pero protege con celo un sistema de subsidios que distorsiona la competencia y bloquea cualquier avance real.
La presidenta de Italia pidió nuevamente “paciencia”, prometiendo que las barreras actuales serán superadas. Pero en el Mercosur esa palabra ya suena vacía. La credibilidad europea está seriamente erosionada, y no solo en América del Sur. La percepción creciente es que, cuando se trata de intereses sensibles, la Unión Europea prefiere dilatar indefinidamente antes que asumir los costos políticos internos de un acuerdo estratégico.
Ante este escenario, surge una pregunta inevitable: ¿hasta cuándo debe el Mercosur —y Uruguay en particular— seguir apostando todas sus fichas a una puerta que nunca termina de abrirse? Tal vez haya llegado el momento de mirar con mayor decisión hacia otras regiones dinámicas del mundo. El Asia-Pacífico, con sus economías emergentes y los llamados “tigres asiáticos”, ofrece oportunidades concretas de integración, inversión y crecimiento que no pueden seguir siendo marginales en la agenda regional.
También se abre otra línea de reflexión incómoda, pero necesaria. Argentina, hoy alineada de manera explícita con Estados Unidos, podría convertirse en un socio clave para una estrategia regional diferente. Washington busca recuperar influencia en América del Sur, consciente del avance sostenido de China en lo que históricamente consideró su “patio trasero”. En ese tablero geopolítico en movimiento, Uruguay no puede darse el lujo de quedar inmóvil.
Las declaraciones del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, visiblemente molesto por el nuevo desplante europeo, marcan que adoptaría una nueva posición. Su afirmación de que Brasil no volverá a negociar con la Unión Europea mientras persista esta actitud marca un punto de inflexión. Si esa postura se traduce en hechos, podría abrir la puerta a una redefinición profunda de las alianzas del Mercosur.
Europa, además, atraviesa sus propios problemas: estancamiento económico, tensiones sociales, crisis migratorias y un debilitamiento de su industria frente al avance chino. Todo ello reduce su margen de maniobra y explica, en parte, su repliegue proteccionista. Pero comprender no implica aceptar pasivamente.
Al final, la discusión se resume en términos económicos y productivos. Uruguay y América Latina tienen capacidad para producir más y mejor, y para integrarse al mundo desde una posición de dignidad y autonomía. Seguir esperando indefinidamente una señal europea que no llega puede ser el mayor error estratégico. Tal vez esta nueva frustración sea, paradójicamente, la oportunidad para decidir, de una vez por todas, hacia dónde queremos ir.
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