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Históricamente el cristianismo reconoce SIETE PECADOS CAPITALES: ira, lujuria, soberbia, envidia, avaricia, pereza y gula. En consecuencia el título está mal o me he tomado una licencia literaria (como si de verdad fuera un escritor). También podría tratarse de un recurso periodístico, para darle atractivo a los conceptos de esta nota; pero de verdad creo que con el correr del tiempo se ha creado un nuevo pecado: la demagogia.

Posiblemente no esté difundido como los otros, ni forme parte de la esencia humana general, que sólo se trate de un vicio de quienes pretenden convencer, entre ellos los políticos. De verdad, la demagogia no es sólo un atributo negativo propio de los aspirantes a cargos públicos elegibles; también puede anidar en los discursos de los postulantes a comisiones deportivas, por ejemplo. Cuántos que sueñan con dirigir grandes (o pequeñas) instituciones futbolísticas, hacen soñar a sus electores con contrataciones galácticas, cuando no saben ni cómo van a pagar los sueldos de los planteles que tienen. La demagogia es una práctica perniciosa, que mezcla mentira con soberbia, pereza y avaricia.

Los demagogos, de la actividad que fuere, tratan de hacer creer que serán vehículo de felicidad y alegría, prometiendo transformar ilusiones en realidades, pero sin explicar cómo. En la puja por cargos elegibles de la administración pública (presidentes, intendentes, legisladores) los demagogos se las ingenian para mostrar oasis en medio del desierto, para comprometer obras con las que el Pueblo sueña y que no se ha podido lograr. No se preocupan mucho de fundamentar los caminos por los que se transitará, ni los vehículos; solamente explotan la necesidad o la ilusión de los votantes, a veces en la seguridad de que no serán electos y no tendrán que cumplir.

La demagogia es capaz de envenenar generaciones enteras. Mostrar como posible obtener conquistas sin saber cómo, causa más daño que la ira que lleva a la violencia y a la destrucción. Las poblaciones que necesitan mejorar, se lastiman moralmente cuando una promesa del demagogo, se va como el agua en un colador ante la imposibilidad de consolidarse. La democracia se destroza cuando la credulidad popular es vapuleada por el demagogo. Así surgen frases como: ”son todos iguales”, referida a los actores políticos, aunque no son todos los que han falluteado.

La lectura de medios de opinión periodística y política, lleva a veces a confusión; no se trata de dudar de la intención del medio, sino de los contenidos expresados por demagogos. Para quien no tiene responsabilidad de cumplir con lo dicho, puede resultar fácil decir que un mejoramiento del sistema de previsión social general, puede sustentarse con fondos de la llamada Caja Militar. Si tan fácil fuera, el Frente Amplio lo habría hecho en sus quince años de gobierno, a pesar de la abulia de algunos y la traición de otros. O que el demagogo se considera la única solución para quienes estamos lejos de Montevideo.

Es tiempo del “octavo pecado capital”: la demagogia. Surgen demagogos por varios lados; algunos simples ilusos, otros preocupantes timberos de la democracia. Ojos abiertos, oídos atentos y mente en guardia.

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