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En Uruguay, alrededor del 1% de los nacimientos presentan cardiopatías congénitas, lo que equivale a entre 350 y 420 niños al año con algún problema en el corazón. Estas afecciones, que van desde leves hasta severas, requieren atención especializada en Montevideo, donde funcionan los principales centros médicos con equipos integrados por cirujanos, hemodinamistas, psicólogos y otros profesionales capacitados en el tratamiento de estas enfermedades.

El nacimiento de un niño con una cardiopatía congénita marca el inicio de un camino difícil para toda la familia. Los padres, en muchos casos jóvenes e inexpertos, deben enfrentarse no solo a la noticia del diagnóstico, sino también a la obligación de viajar mensualmente a Montevideo para estudios, controles y, eventualmente, la cirugía correctiva. Para muchos de ellos, la capital es un mundo desconocido, lleno de movimiento y dificultades logísticas. El traslado, la búsqueda de alojamiento, la coordinación de turnos y la presión económica que supone la enfermedad son factores que afectan no solo a los padres, sino también al niño, quien desde muy pequeño convierte los consultorios médicos en parte de su rutina.

Cada viaje es un desgaste físico y emocional para los niños y sus familias. Las largas horas de traslado en ómnibus o vehículos particulares resultan agotadoras, especialmente para un niño enfermo. Muchos llegan a Montevideo cansados, irritables o incluso con fiebre, lo que puede afectar su estado general antes de un control médico importante. Además, el factor económico no es menor: los costos de transporte, alimentación y alojamiento generan un estrés adicional en familias que, en muchos casos, ya están atravesando dificultades económicas.

Pero, ¿por qué deben viajar los niños enfermos si los médicos pueden desplazarse?

Un claro ejemplo de que otra realidad es posible ocurrió en Salto, cuando el Dr. Richard Bouq dirigía el Hospital Regional. Gracias a la coordinación entre padres, autoridades hospitalarias y el Instituto de Cardiología Infantil, se logró que los especialistas viajaran al interior, evitando así el traslado constante de los niños enfermos. Una vez al mes, cardiólogos, cirujanos, hemodinamistas y psicólogos infantiles llegaban a Salto para atender a los niños en una policlínica del hospital.

Este esfuerzo permitió brindar atención no solo a los pacientes del hospital público, sino también a niños de prestadores privados. Se trató de una iniciativa histórica que demostró que, cuando existe voluntad y coordinación, se pueden ofrecer soluciones más humanas y efectivas.

Este ejemplo debe servir como inspiración para ampliar el alcance de la atención médica en el interior del país. Si se logró con cardiopatías congénitas, ¿por qué no hacerlo con otras especialidades? ¿Por qué no establecer un sistema en el que, al menos una vez al mes, los especialistas viajen a los hospitales regionales en lugar de trasladar a los pacientes más frágiles?

Mejorar la calidad de vida de los niños enfermos debe ser una prioridad. Evitarles la odisea de los viajes a Montevideo no solo les permite llegar a sus consultas en mejores condiciones, sino que también reduce el impacto emocional y económico en sus familias.

Invito a quienes tienen el poder de decidir a cambiar el curso de la historia de la salud en los niños del interior. Como decía Pablo Estramín en su canción: "Si te tienen que operar..."

, que no sea siempre en Montevideo. Que viajen los sanos, no los niños enfermos.

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