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¿A quién no le gusta progresar? ¿quién no ansia que llegue un tiempo mejor?  Pero lo de “progresistas” está politizado y se lo asocia con la izquierda, cuando en realidad hay progresista de todos los colores e ideologías.

El Estado progresista, se concibe como benefactor y garante del cumplimiento de los derechos sociales conquistados. Pero en su afán de protección, sobreprotege y paradojalmente ahoga las libertades individuales y alienta injusticias. Los vemos en estos días en el país. El progresismo, descalifica al conservador, que bien entendido, no es quedarse en el tiempo, sino valorar, mantener y rescatar aquello que es valioso, útil o razonable. Reconocer el valor de las raíces y tener en claro que no todo por el solo hecho de ser nuevo, es bueno. Si duda el equilibrio es lo mejor y me remito a lo que sostenía el pedagogo español David Isaacs; la fortaleza tiene dos momentos: acometer y resistir. La prudencia nos dirá cuál es el momento para cada una. Al presente, pienso que es momento de llamar a responsabilidades a algunos. Pensador

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