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Daniel Vidart, que falleció en el año 2019, era un prestigioso escritor, antropólogo y ensayista, catedrático de Antropología de la Universidad de la República y respetada figura en el mundo académico. Sus afirmaciones fueron categóricas en un enjundioso artículo, cuya síntesis publicamos a continuación: No hay indios pertenecientes a las etnias halladas en nuestro actual territorio por el conquistador europeo. Los genes de aquellos antiguos pobladores subsisten en algunos habitantes del interior del país y de los ejidos urbanos.

Quien les habla lleva cuerpo adentro, por parte de su abuela paterna, el genotipo guaraní en sexta generación. Pero por ello no me considero indígena, ni tampoco negro, ya que mi bisabuela materna lo fuera.

En apoyo de mis afirmaciones acerca de la inexistencia de indios o indígenas en el Uruguay contemporáneo, voy a recurrir a definiciones y conceptos propuestos por renombrados antropólogos. Pero antes voy a presentar los hogares geográficos donde estaban asentados los distintos pueblos aborígenes.

A las culturas marginales (siérrales y silvales) pertenecían los minuanes que, en el siglo XVI, ocupaban gran parte de nuestro territorio mientras que el grueso de los charrúas estaba situado en la otra Banda aunque, como se desprende de lo dicho por del Barco Centenera, existía un enclave en la zona del sudoeste uruguayo. Ambas etnias compartían los rasgos físicos y los sistemas socioeconómicos y culturales propios de los Pámpidos o Patagónidos. Las campañas militares contra los charrúas de Santa Fe y la Mesopotamia argentina determinaron a fines del siglo XVII y comienzos del XVIII el paso de aquellos hacia nuestro territorio.

Se entendieron con los portugueses de la Colonia, contrabandeaban para ellos y hacían esclavos, que vendían a los lusitanos. Los minuanes, en cambio, pactaron más de una vez con los españoles y los padres jesuitas de las Misiones. Contando con la alianza de los minuanes, mil guaraníes misioneros al mando de capitanes españoles derrotaron a los charrúas en el combate del Yi, en el que murieron cinco veces más guerreros que en Salsipuedes.

De eso no hablan quienes celebran las virtudes de los indios, consideradas como más humanitarias que los invasores hispánicos. Ambos bandos, integrados por hombres y no por semidioses, actuaron, cuando convenía, con extrema dureza. El invadido se defendía con ferocidad; el invasor atacaba con alevosía. Triunfaron los mejor armados, no los que tenían razón.

Los charrúas y minuanes no fueron exterminados del todo. Algunos de sus miembros destribalizados y sus descendientes mestizados se diseminaron en los campos, matrerearon en los montes y, a veces, se incorporaron a las peonadas de las estancias. Mis abuelos sanduceros por parte de padre, residentes en su estancia de Buricayupí, recogieron en el año 1890, ya muy anciano, a un charrúa que había sido herido en la Cueva del Tigre cuando tenía 15 años y murió en brazos de mi abuela, bisnieta de Artigas y de una india guaraní misionera.

No fue muy abundante la etnia charrúa. El nomadismo no es generoso con la demografía. Es imposible proporcionar cifras acerca de cuántos sumaban en el tiempo de la llegada de los españoles y sobre la evolución del caudal de sus integrantes a lo largo de los siglos XVI al XIX. La matanza del Yí en el 1702, las persecuciones y el constante goteo de las mortandades provocadas por las armas, y aún más por las enfermedades alóctonas, los habían reducido a 600 antes de la celada del 1831.

El general Antonio Díaz en el 1812 habla de 297 hombres de armas y como 350 personas entre mujeres, niños y viejos; Larrañaga, en el 1813, dice que no hay más de 500 minuanes al norte del río Negro; el sargento mayor Benito Silva en el 1840, expresa que el número de charrúas se hallaba tan reducido, que no eran más de 18 entre hombres, mujeres y niños. Los hombres adultos no eran más que ocho.

El caso de los guaraníes es diferente. Había muy pocos en nuestro territorio cuando la conquista. Más tarde, los reducidos, acristianados y eurotecnificados camiluchos de las Misiones llegan formando nutridos ejércitos de troperos, comandados por los padres jesuitas, para efectuar grandes arreadas a las estancias de los Pinares y Yapey

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