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Fue en 1997. Los vientos del destino me llevaron a Uruguay, a Salto, para trabajar en IPRU dentro de un programa de desarrollo local para Villa Constitución. La directora de esta institución, Ana Arambarri (entonces jefa, hoy amiga) me indicó que sería bueno dar visibilidad al proyecto y que para ello contactara con la voz que más audiencia, raigambre y reconocida trayectoria tenía en la radio salteña. Así fue como conocí a Hugo Rolón.

Ya en aquella primera conversación percibí su innato talante curioso, sus ganas de conocer, su carácter preguntón, como él mismo se definía. Preguntaba hasta con la mirada, inquieta y atenta para descubrir cosas nuevas. Luego, las contaba en la radio. Esa es la esencia de un comunicador: conocer cosas nuevas, interesantes, importantes y luego saberlas transmitir a quienes te escuchan para que también las incorporen a su conocimiento. Y Hugo Rolón era un excelentísimo comunicador y maestro.

 ¡Que pasa, tío! en la Mañana de Tabaré

Enseguida encontramos afinidad entre ambos, de tal manera que Hugo me propuso hacer una pequeña colaboración en su programa, por entonces La Mañana en Tabaré. Así fue como durante una temporada sonó en antena ¡Qué pasa, tío!, un microespacio en el que Hugo y yo compartíamos costumbres, tradiciones y realidades de mi país, España, para mirarlas desde la perspectiva uruguaya. El nombre del espacio fue otro ejemplo más de la chispa que tenía Hugo, lo bautizó así al saber que ésa era una expresión que los españoles usamos para saludarnos de forma coloquial.

Año tras año he viajado a Uruguay...

Dejé Salto en 1999, para seguir mi carrera profesional en Madrid, en la radio. Y pude hacerlo siendo mejor periodista, aprendiendo de Hugo que los mensajes se transmiten no sólo con la cabeza, sino que el sentimiento también comunica y llega mejor al oyente. Que el mensaje se fabrica con las neuronas, desde luego, pero también se transmite con los afectos. Año tras año he estado viajando a Uruguay para pasar las vacaciones y siempre me he acercado a Salto para pasar un buen rato con Hugo y su familia. Y cada vez teníamos la sensación, al reencontrarnos, que no había pasado un año desde la última ocasión, que era como si el fin de semana anterior hubiéramos estado tomando unos mates, compartiendo un asado o los tallarines de Nancy.

Usó mucho el corazón...

Cuando usas mucho algo, se termina por gastar. Tal vez eso le pasó a Hugo. Usó mucho el corazón en todo lo que hacía, así que lo tenía muy baqueteado desde hace tiempo. Justo hoy hace una semana, el pasado jueves, Nancy me llamó para darme la mala noticia. Él decía que en nuestro ¡Qué pasa, tío! contábamos las cosillas de España, como podría ser, por ejemplo, la letra de esa sevillana que dice “algo se muere en el alma cuando un amigo se va”. Me queda el pesar que desde diciembre de 2019, pandemia mediante, no he podido ir al paisito y no le he dado a mi amigo un último abrazo.  Te lo mando, Hugo, con estos versos de los Adioses de Benedetti: “por suerte a veces queda un abrazo, dos utopías, medio consuelo, una confianza que sobrevive”.

 

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