Un crimen imperdonable
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Por Leonardo Vinci
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En 1971, los uruguayos habían elegido a sus autoridades el último domingo de noviembre. El clima imperante en la nación se había enrarecido. Desde principios de los sesenta, los Tupamaros se habían alzado en armas contra el gobierno legítimo, emanado de la voluntad popular. Desconocieron la Constitución y la ley. Quisieron tomar el poder como lo hicieron los revolucionarios cubanos, solo que Uruguay no era Cuba y aquí se vivía bajo el imperio de la ley. Pretendieron imponer su voluntad con las armas.
En los albores de los 70, el MLN Tupamaros llevaba adelante un plan, construyendo escondites en el interior, especialmente en estancias y chacras de simpatizantes de la guerrilla. Una de estas tatuceras la hicieron en el departamento de Maldonado, donde operaba la Columna 21, ubicada en la estancia “Espartacus”, en el Km 113 de la Ruta 9, próxima a Pan de Azúcar y muy cerca de Piriápolis.
Berretin muy grande: depósitos y polígono de tiro
El ingeniero Jorge Manera Lluveras dirigió los trabajos de construcción con el conocimiento y autorización de los dueños del campo, el matrimonio de Néstor Sclavo y Gloria Echeveste, también integrantes del movimiento tupamaro. Ese berretín era muy grande; tenía un depósito de armas y municiones y un polígono de tiro.
Tatucera tupamara llama Caraguatá
Un día, en diciembre de 1971, el peón rural Pascasio Báez había salido a buscar el caballo perdido de un vecino, que había ingresado en la estancia Espartacus. Washington Beltrán cuenta que “Se ganaba la vida con changas: trabajos de construcción, de alambrado, de lo que saliera. Era a fines de diciembre de 1971. Había democracia y había parlamento. En su búsqueda llegó hasta la cabaña “Espartaco” y se topó con un hombre que salía de una tatucera. Aquella era la “Caraguatá”, tal vez la más importante del MLN para extender su radio de operaciones al interior del país. Báez fue detenido y su destino final comenzó a jugarse. Esas instalaciones valían mucho para los tupamaros y las alternativas que se manejaron fueron tres: detenerlo indefinidamente; llevarlo al exterior; ejecutarlo.”
¿Detenerlo, exiliarlo o matarlo? lo ejecutaron
Decidieron matarlo. En ese entonces, la dirección del MLN estaba integrada por Mauricio Rosencof, Henry Engler, Wasem Alaniz, Donato Marrero y Píriz Budes. El ejecutor fue Ismael Bassini, quien le dio la inyección letal de pentotal a Báez Mena y luego de aprobadas las leyes de amnistía por el gobierno democrático recuperó su empleo. Los tupamaros decidieron no arriesgarse por la compasión y lo ejecutaron a sangre fría.
Asesinado con dosis de pentotal
Desnudaron el cuerpo y lo enterraron en un pozo que luego fue tapado y ocultado en la estancia, para que nunca fuera encontrado. Tiempo después, militares del Batallón de Ingenieros Nº 4 de Laguna del Sauce allanaron la estancia Espartacus y luego de varios días de rastrilleo, encontraron sus restos en total estado de descomposición. Añade Beltrán “Así encontró la muerte Pascasio Báez. Asesinado, con premeditación y alevosía, bajo el justo manto del eufemismo “ejecutado”, por el grave delito de encontrarse con un señor terrorista que salía de una tatucera en medio del campo, para mayor gloria de los santos tupamaros. Porque el valor de una tatucera era superior a la vida de un humilde peón rural. Quienes se alzaron contra las instituciones y lo mataron, tienen monumentos, plazas, placas y calles que los evocan.” Al trabajador rural, víctima de esa demencia mesiánica, apenas si se lo recuerda.
Jorge Zabalza: fue un delito de guerra
Este hecho fue reconocido décadas después por el ex guerrillero Jorge Zabalza, quien lo consideró “un delito de guerra contra un ciudadano totalmente ajeno a la confrontación que se desarrollaba en el Uruguay”, dado que antiguos miembros del movimiento afirman que se hacían esfuerzos por no herir inocentes y para minimizar el uso de la violencia. Esta es la triste y terrible historia de Pascasio Báez que nadie puede negar.
Nosotros no lo olvidamos. Nadie debería olvidarlo
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