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En una sociedad que premia la productividad sin pausas, dormir muchas horas parece casi un acto de rebeldía. "Yo duermo poco", dicen con orgullo algunos, como si el descanso fuera un enemigo del éxito. Sin embargo, los estudios, la ciencia y, sobre todo, la experiencia diaria del cuerpo, demuestran todo lo contrario: el sueño no es una pérdida de tiempo, es una inversión en salud, bienestar y rendimiento.

Dormir entre siete y ocho horas diarias es, según todos los expertos, un hábito indispensable para que el cuerpo y la mente funcionen en condiciones óptimas. No se trata solo de evitar el malhumor o las ojeras al día siguiente. El buen descanso nocturno permite consolidar la memoria, regular el metabolismo, reparar tejidos, fortalecer el sistema inmune y equilibrar las emociones.

La siesta puede ayudar mucho

Pero la realidad impone sus propias reglas. Muchas personas, especialmente quienes tienen trabajos por turnos, múltiples empleos o son independientes con horarios irregulares, encuentran casi imposible sostener una rutina saludable de sueño. Y aunque el cuerpo humano tiene una capacidad notable para adaptarse a distintas exigencias, tarde o temprano, la falta de sueño pasa factura. En ese contexto, reaparece una vieja costumbre que podría ayudarnos a recuperar algo del equilibrio perdido: la siesta. Esa práctica, casi olvidada en las grandes ciudades y mirada con desdén en ambientes que exaltan la hiperactividad, podría ser el pequeño oasis que necesitamos en medio del desierto del día. Dormir entre 10 y 40 minutos en la tarde —lo que se conoce como power nap— puede mejorar la concentración, el estado de ánimo y el rendimiento físico e intelectual durante la segunda mitad del día. Eso sí: no debe extenderse demasiado, para evitar el famoso "bajón" post-sueño.

No llevar a la cama pantallas

Más allá de la cantidad de horas, importa también cómo dormimos. El mal sueño —interrumpido, superficial o insuficiente— se ha convertido en un mal contemporáneo, alimentado en buena parte por nuestras pantallas. Irse a la cama con el celular o la tablet en la mano no solo es un mal hábito: es, directamente, una forma de sabotear el descanso. La luz azul de estos dispositivos interfiere con la producción de melatonina, la hormona que regula el sueño, y mantiene al cerebro en estado de alerta. Y a eso se suma la hiperconectividad emocional: el bombardeo de notificaciones, mensajes, noticias y estímulos que generan ansiedad incluso a la hora de cerrar los ojos.

Recuperar el buen dormir no requiere grandes inversiones ni cambios radicales. Se trata, en muchos casos, de volver a lo simple: exponerse a la luz natural durante el día y disminuir la artificial por la noche, cenar liviano, evitar cafeína después de la tarde, hacer ejercicio moderado en las primeras horas del día y, sobre todo, establecer rutinas que el cuerpo pueda anticipar. Un baño caliente, algo de lectura o una música suave pueden actuar como señales que invitan al descanso.

En definitiva, no se trata de dormir por dormir. Se trata de vivir mejor. Porque el sueño no es tiempo perdido: es tiempo ganado para ser, sentir, pensar y trabajar con más energía, más claridad y más alegría. Dormir bien es una forma de querernos. Y si no podemos hacerlo siempre de noche, una buena siesta puede ser el salvavidas que nos devuelva al buen camino del descanso.

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