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Su último día no fue demasiado diferente a otras jornadas comunes y corrientes. Cumplidas sus tareas habituales en el diario “Acción” y luego de departir en su despacho largamente con el consejero Amilcar Vasconcellos, se trasladó a la Escuela de Enología de El Colorado, en Canelones, junto a algunos de sus hombres más cercanos: Juan Adolfo Singer, Eduardo Paz Aguirre y Julio Amorin Larrañaga, entre otros. En la última foto que le fue tomada, se les ve recorriendo las instalaciones de la escuela y a Batlle –a secas, como lo llamaba su esposa, Doña Matilde Ibáñez- metido para dentro, absorto en cuestiones que nada tenían que ver con la suerte del vino nacional. Singer, redactor responsable del diario por aquel entonces, escribió luego de la muerte del caudillo: “Recordamos nítidamente el comentario de Batlle sobre el inmenso esfuerzo que tendría que hacer el Partido Colorado desde el gobierno y las dificultades de todo orden que iba a tener que enfrentar para recuperar al país de su actual postración económica. Batlle se puso serio, tremendamente serio y sus ojos se perdieron en la distancia, algo entrecerrados, cuando habló de este tema”.

Se fue a dormir tarde, luego de trabajar un buen rato en su escritorio, con la carga a cuestas de una jornada agotadora. Por la madrugada, su corazón ya herido por un infarto previo, se detuvo. Dado a elegir entre su salud y el partido, eligió el segundo y murió en su ley. Como lo haría su hijo Jorge, medio siglo después, también caído en combate. A él le cupo, justamente, la responsabilidad de dar la noticia a los más cercanos: había muerto "Luisito", el caudillo de la 15 y heredero de Don Pepe, el ex presidente de la República, consejero de Gobierno y senador Luis Batlle Batlle, pero también "Don Luis", el padre adoptivo de toda una generación llamada a dejar su huella en la política nacional, bautizada como los "jóvenes turcos”.

"Ha muerto Luis Batlle"

Ese mismo día, 15 de julio de 1964, “Acción” tituló “¡Ha muerto Luis Batlle”! y eso alcanzó para que una ola de congoja ganara al pueblo colorado y a todos cuantos lo respetaban, sin ser colorados y menos aún batllistas. Como don Emilio Frugoni, quien, con esa honradez intelectual de la que siempre hizo gala, dijo: “La muerte de Luis Batlle constituye una verdadera desgracia nacional, en esta hora de tantas y tan graves dificultades. Como socialista no puedo olvidar que con sus tendencias progresistas fue valla opuesta a las formas más crudas del reaccionarismo”.  Una multitud acompañó sus restos desde su residencia en Camino de las Tropas hasta la Casa del Partido Colorado y de allí al Palacio Legislativo.

Hablo Doña Matilde y realizó dos pedidos

El ataúd tenía un pequeño cristal a través del cual se veía al líder caído, con un pañuelo anudado en torno a su cuello con los rostros estampados de Lorenzo Batlle y José Batlle y Ordóñez y una inscripción bordada que decía “¡Viva Batlle!”.  Al día siguiente, a las cuatro y veinte de la tarde, la cadena de radio y televisión inició su primera transmisión conjunta, registrando los detalles de la despedida de sus restos. El pueblo congregado en las calles hizo que el servicio fúnebre demorara tres horas en llegar hasta su destino final, el Cementerio Central. Varios oradores hicieron uso de la palabra, destacando al demócrata, al estadista, al hombre de bien, al caudillo popular, al periodista, al batllista de ley, pero el momento más emotivo estuvo protagonizado por su viuda, doña Matilde, quien, dolorida pero entera, pidió permiso para hablar y dijo: “Pido dos cosas: que en el momento de la inhumación mi marido se vaya en el mayor de los silencios. Pido además, en su nombre, que se centupliquen los esfuerzos para que el partido recupere el gobierno dentro de dos años”.
Ambos deseos fueron cumplidos.

Luis Batlle y Jorge Batlle

Sin embargo, algo se había roto además de su corazón. A sabiendas o no, los congregados no sólo lloraron la muerte de su líder sino también la pérdida de un pedazo del país que habían sido y que ya jamás volverían a ser. Del mismo modo que aquellos que hicimos el mismo recorrido medio siglo después despidiendo a su hijo Jorge, sentimos que con él se iba una parte de nosotros y que un sentimiento de orfandad colectiva nos ganaba a todos, aunque su voz retumbaba entre los árboles, convocándonos -porfiada y optimista- a sacudirnos la pena y a seguir pensando en el porvenir.

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