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La verdadera trama /
La Gran Muñeca, Rivera y los indígenas (II)
- Por Diego Martínez
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A raíz de una representación carnavalesca de la muga La Gran Muñeca, el ex legislador y Secretario de ANEP, Dr. Diego Martínez, envió una carta al semanario Búsqueda, la que continuamos compartiendo con nuestros lectores: Miremos ahora otros hechos, en que el protagonista ya no es José Artigas en su rol de victimario, sino decenas y decenas de orientales del llano —mujeres, niños, trabajadores rurales, peones, troperos— en un tiempo histórico similar (1799-1830), aunque como víctimas de la violencia toldera. ¿Qué era una toldería? Un asentamiento precario, habitualmente nómade, de personas procedentes de diferentes ámbitos, indígenas, delincuentes, prófugos, desertores. En que los indígenas formaban la fachada que encubría un fondo humano siniestro y que los exponía a las represalias por acciones y delitos que, en ocasiones, no cometían, pero los involucraba y hasta beneficiaba por receptación de los botines.
La historia de Isabel Franco
En el curso del año 1800, el capitán Jorge Pacheco rescata de tolderías indígenas a una mujer de nombre Isabel Franco. Preguntada por su presencia allí, ella responde que cerca de un año atrás fue secuestrada por un grupo de indios charrúas, quienes luego de asesinar a lanzazos a su compañero Basualdo —previamente desnudado para no manchar de sangre la ropa que les sería de utilidad— la arrastraron durante larga distancia hasta su asentamiento en el que fue obligada a trabajar para ellos. El precedentemente expuesto es un caso documentado, uno entre centenares, tema que ha sido investigado por el experto Diego Bracco y sobre el cual también se ha pronunciado el investigador histórico Javier Suárez.
¿Indios matando indios?
El primero de noviembre de 1825, tres semanas después de la batalla de Sarandí, don Frutos Rivera recorre la campaña. Relata José Brito del Pino en su Diario de la guerra del Brasil: “Encontramos cerca ya del Arroyo Grande, los cadáveres de un chino y una china, muertos el primero a lanzadas y la segunda a balazos, por los charrúas”, quien agrega que Rivera “mandó recogerlos y darles sepultura”.
“Los excesos cometidos por los charrúas”
El 24 de febrero de 1830, Juan Antonio Lavalleja, ministro de Guerra del gobierno provisorio, escribe a Fructuoso Rivera, comandante de armas, y se refiere a . Dice a Rivera que “para contenerlos en adelante y reducirlos a un estado de orden y al mismo tiempo escarmentarlos, se hace necesario que el Sor. Gral. tome las provisiones más activas y eficaces…”. Agrega que “el infrascripto ha recibido orden del Gobierno de recomendar altamente al Sor. Gral. la más pronta diligencia en la conclusión de este asunto” (Acosta y Lara, 1969).
Más adelante, el 4 de octubre de 1830, el Tte. Cnel. Felipe Caballero, por orden del ahora ministro de la Guerra Fructuoso Rivera, los encontrará en los potreros del Arerunguá, donde se habían retirado “mui asustados…”, según escribe Óscar Padrón Favre en su trabajo Los Charrúas-Minuanes en su etapa final. Habló con “los caciques Perú, Juan Pedro y Brun; todo quanto V. E. le había ordenado y a conseguido con ellos hacerles olvidar todo lo pasado con Lorenzo y me han prometido no incomodar al Vecindario ni hacerles daño alguno: Yo creo que ellos cumplirán con lo prometido en razón de q.e estaban muy asustados cuando supieron yo hiva sobre ellos con una fuerza armada…” (Acosta y Lara, 1969).
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