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Que hay gente desubicada, nadie lo puede negar. Pero, desde que se inventaron los teléfonos móviles, la desconsideración de ciertos salteños se hizo indomable. Pese a las recomendaciones repetidas, escritas, solicitadas, exigidas, los celulares siguen sonando en medio de un espacio donde se dicta una conferencia, en un servicio religioso, en medio de un velatorio y consiguientemente en medio de un sepelio. Lo peor, es que contestan la llamada y hablan como si nada.

Ni hablemos de los que sucede en ámbitos como cafés, pizzerias y restaurantes donde quienes se sientan en mesas, en algo que ya no sorprende, en vez de dialogar entre ellos, como seria lo normal y esperable, reciban llamadas o llamen a alguien o lo que es peor, se entretengan ingresando a algún sitio para navegar  ya en sus redes sociales o ya en instagram o facebook  y así ignoran y aislan de sus acompañantes.

Así se da la escena, ya repetida y conocida, en la cual que hay cuatro seres humanos, juntos físicamente, pero totalmente alejados en realidad, sin dialogar, sin interactuar o intervenir como seria deseable y normal.

Que además, si mantienen una conversación, muchas veces hablan en voz alta, sin atender y entender que de esa manera, quienes están cerca, sin querer ni interesarse, se ven enfrentados a escuchar todo, dejando de lado así toda reserva y se quiere pudor, porque hay situaciones y problemas personales que nunca es desable difundir y menos que menos, propalar públicamente, porque a nadie interesa y como por lo menos personalmente creemos, es conveniente y hasta necesario para cuando se pretende y el deseo seguramente, es de lograr soluciones.

Otro tanto ocurre con los más jóvenes que caminan o transitan en motos, no atendiendo debidamente el tránsito y sus circunstancias por estar absortos  en la famosa “pantallita” y así  caen en pozos, chocan vehículos estacionados o  embisten lo que se le cruce. Si son peatones, cruzan las calles mas atentos a su “celu”, que al movimiento del tránsito, generando y corriendo situaciones de riesgo innecesarios, con algunos accidentes, felizmente menores, hasta ahora…pero que sin desearlo ni esperarlo, es posible que algún caso grave en algún momento se podrá dar. 

Al cruzarse con otro peatón, si no se corre, lo atropellan. No se detienen ni se fijan si faltan baldosas o un pozo. Así más de uno  o una,  ya ha terminado en el piso- Observando todas estas situaciones ya cotidianas, se nos genera es sensación de que para ciertas personas el “otro” y el entorno no existe. Algo que se nota cuando ingresan a un comercio donde ya hay publico, y muchas veces no son capaces de decir buenos días, buenas tardes o simplemente “permiso”. Una buena costumbre que por suerte la mayoria sigue practicando  aunque en Montevideo y otras metropolis, ya no se usa y es notorio que cuando lo practicamos, pocos contestan y mas de uno nos identifican como “paisano del interior”… 

De esta forma, ellos y ellas, cada uno por su celu, conversan vociferando como si estuvieran en el medio de su casa, sin importarle que a los demás no les interese conocer sus intimidades. Y no se trata solo de hacer público lo privado, sin velos ni pudor. Para mí hay algo peor: es hasta un acting revelando que para ciertos sujetos el otro no existe, no es egocentrismo o narcisismo exagerado, es un rasgo de cierta psicosis colectiva para la cual la norma y la necesaria y siempre buena conducta, ya no opera frenando su inconsciente, en el que solo es única y posible la satisfacción de su loco deseo, vicio y dependencia del celular. Que más allá de su básica utilidad, genera un vicio humano impensable hasta hace pocos años. 

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