La corrupción de los poderosos
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Por José Pedro Cardozo
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La ex presidenta y vice presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, como es notorio, acaba de culminar procesada (en primeras instancias) con 6 años de prisión y prohibición de por vida de ejercer cargos públicos. Lo que ya anunció apelará y en el entretiempo con todas las chicanas legales, habidas y por haber, jugara a ser electa diputada o senadora y así tener inmunidad. Ya lo hizo Menem.
Por estos días, a los corruptos, les surgió una defensa académica: el penalista Maximiliano Rusconi acaba de publicar el libro “La Justicia prófuga”, en el que desarrolla la tesis de que en América Latina se desplegó una guerra judicial para evitar que prosperen los “gobiernos de centroizquierda o de impronta popular”. La lucha contra la corrupción y el lavado de dinero, o la identificación de asociaciones ilícitas, son, para esta doctrina, “excusas” de esa cruzada ideológica. ¿Esta lectura incluye a Jair Bolsonaro, líder de la ultraderecha brasileña, al que se le suspendió el derecho a postularse como candidato, igual que a la señora de Kirchner? ¿En qué lugar queda el expresidente peruano Pedro Pablo Kuczynski, quien desde 2018 está siendo investigado por una presunta incompatibilidad en un contraato de obra pública, sin que haya siquiera un solo pronunciamiento judicial? Ninguno milita en la centroizquierda.
Junto a la trama judicial que envuelve a la señora de Kirchner se expande un problema de gran magnitud para la vida democrática. La persistencia de la corrupción lleva a la política al inconveniente terreno de los juzgados. Esa judicialización tiene, a la larga, un efecto inevitable: como las decisiones de los magistrados tienen derivaciones políticas, es fácil presentarlas como pronunciamientos facciosos. Aunque no lo sean. Este inconveniente se vuelve mucho más grave cuando los jueces aplican sanciones con consecuencias directas en el campo electoral.
El caso más evidente fue el de Lula en Brasil. El juez Sergio Moro lo sacó de la competencia. El PT, que debió ir detrás de la gris candidatura de Fernando Haddad, quedó muy debilitado. Es muy difícil imaginar que Bolsonaro hubiera llegado al poder sin la exclusión de Lula. La torpeza hizo después lo suyo para que todo pareciera una maniobra: Bolsonaro designó a Moro como ministro de Justicia. En un esfuerzo notable para enrarecer el proceso, los mismos magistrados que colaboraron en la exclusión del candidato del PT se golpean el pecho ahora, cuando ese candidato volvió a la Presidencia, diciendo que su encarcelamiento fue uno de los peores pecados de la historia judicial del país. Si se pretende que la sociedad desconfíe de sus instituciones, han encontrado el mejor método.
En el enredo brasileño aparece un fenómeno importantísimo: Lula volvió al poder a pesar de las condenas, que lo tuvieron 508 días en prisión. Esa tolerancia del electorado se podrá explicar con el prejuicio de que se trata de una sociedad latinoamericana y tropical. Un caso similar aparece ahora en Estados Unidos, la república modélica. Donald Trump vuelve a la Presidencia después de estar expuesto a cuatro causas judiciales, un procesamiento y dos juicios políticos iniciados en el Congreso. Más todavía: regresa después de haber sido acusado de promover el asalto al Capitolio. Esto sucede en una sociedad anglosajona, que se supone puritana. Uruguay, seamos sinceros y realistas, no escapamos a estos fenómenos. José “Pepe” Mujica, conspiró contra la democracia que en los 60 disfrutaba el país. Mató, secuestro, robó y en una de sus definiciones mas lamentables, llego a jactarse que con una pistola logro respeto al ingresar a un banco al que asaltó. Electo presidente de la República, democráticamente, su gobierno se vio ensuciado por varios episodios de corrupción y derroche de dineros públicos. Que fue un pésimo gobierno, lo dejo en claro Tabaré Vázquez, al declarar que habia recibido un país peor de lo que se lo entregó Jorge Batlle. Después sumemos: la renuncia de su vice y delfín, Raúl Sendic, ante el escándalo del uso indebido de tarjeta corporativa, de su gestión en Ancap, que costo 800 millones de dólares. Sumemos el cierre de Pluna , la loca aventura de Alas Uruguay, los costosos y fallidos proyectos de: regasificadora, minería, puerto de aguas profundas, Envidrio y los negociados con Venezuela. etc. etc. etc. Tenia un plan y evidentemente lo llevó adelante.
Niall Ferguso, prestigioso profesor de Harvard, realizo una inquietante pero real observación: ¿qué efecto tiene en la sociedad actual la percepción de que un líder y su entorno es corrupto? Muchos se movilizan mas por emociones que por ideas, llegando a venerar a un candidato que puede ser o ha sido condenado penalmente, lo que le otorga increíblemente legitimidad. El que es corrupto en los juzgados, se transforma en mártir en las urnas. Para sorpresa de quienes lo censuran, a pesar del vapuleo judicial, no pierden un solo voto. Al contrario, en un contexto favorable, hasta puede ganar alguno.
La conclusión no es novedosa. Todo es producto de sociedades fracturadas, donde el intercambio entre personas con puntos de vista diferentes se ha suspendido, en las que el odio y el fanatismo cancelan la posibilidad de un argumento, el rol que la sanción penal deberia cumplir en la política ha sufrido una radical modificación. Para formularlo de modo irónico: se está imponiendo un nuevo “ethos”. Todo esto, es si se quiere parte de lo que se juega el 24 y muchos no lo ven o no lo entienden, lamentablemente.
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