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¿Era imaginable que un economista desconocido, sin antecedentes políticos, sin el respaldo de una fuerza partidaria organizada, lograra tras corta actuación como Diputado, llegar a presidente de la Argentina?  Algo que parecería impensable. Pero, como nada es casual y todo tiene su causalidad, Javier Milei, se lanzo al ruedo político en un momento especial, único si se quiere.

Porque Argentina se había transformado en un lugar en el que cualquier iniciativa de cambio profundo, de afectar al “status quo” y los factores de poder, era inviable políticamente, y sinónimo de amenaza a la gobernabilidad. Aparentemente, las únicas alternativas de cambio propuestas oscilaban entre el peronismo (garantía de que nada cambiaría), o las propuestas ilusorias de “grandes consensos” tan citadas en políticas que buscan al fin de cuentas, no hacer nada. 

Pero surgió un personaje, un outsider, que con sus planteos y cuestionamiento a la “casta política”,  generó la fuerza, la posibilidad, para un cambio transformador. Porque si algo era evidente, que en el inmenso, riquísimo, hermano país, el peronismo y populismo kirchenrista estaba agotado.

Ademas de los problemas estructurales, de larga data si asumimos que desde Perón en adelante, en vez de crecer, Argentina cada año se complicaba más y más, tanto en lo económico como en  lo social, hasta llegar a ese récord indeseable de que el 50% de su población se ubica por debajo de la línea de pobreza.

Para completar el desencanto, el ciclo del presidente Alberto Fernández – que los mismos argentinos juzgan como el peor presidente de su historia – fue seguido por el  impresentable y ambicioso Sergio Massa, que con sus manejos como ministro de economía y candidato presidencial del peronismo – kirchenerismo puso a la Argentina al borde del estallido. Todo lo que fue fundamental para que se abriera la puerta a un cambio no solo necesario, sino  también impostergable. Lo cierto es que al presente, con tan solo un año de su mandato cumplido, Milei logró con su voluntad política reordenar  y llevar a su país por una posible senda de recuperación económica primero y social después.

Todo lo que cimentó, primero en el ejercicio del poder, pese a su figura  por momentos extravagante, con gran naturalidad, firmeza y sin especulaciones, ni importando el costo político por su duro ajuste, logró bajar la inflación, que en el último mes fue de solo 3%. No desconocemos que con medidas  antipáticas, generó elevado costo social, pero inflexible en su rumbo, afectando a jubilados, clase media, empleo estatal, obra y estructura estatal, logró desarmar la interesada política “k” de dependencia sistemática de los más vulnerables para perpetuarlos en la pobreza y así, electoralmente tener sus "votos cautivos". Al presente, paso a promover una asistencia social más racional y trasparente.

Una batalla cultural, que, se podría considerar, que  también  podría aplicar Uruguay, ajustándola a su realidad,  en base a un hartazgo que desilusióno con algunas formas de hacer política y  los manejos y vicios que la política nuestra muestra, como las acciones populistas demagógicas, los derroches  de los dineros públicos, la desatención a los problemas reales, como hemos visto se han dado notoriamente en gobiernos departamentales en este ciclo de gobierno en etapa final. No es un secreto, que si Argentina progresa, se recupera económicamente, Uruguay se beneficia. Lo prueba los augurios de interés de argentinos en venir a vacacionar al Uruguay  en la ya  cercana temporada veraniega.  Por ello, lo de Milei, debe ser reconocido y valorado.  Y algunas cosas, deberíamos estudiar sino no convendría aplicarlas acá, en nuestro país.

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