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En 2006 se publicó el libro “Nomenclátor de Salto”, de Estela Rodríguez Lisasola y quien escribe estas líneas. Desde entonces no pocos me consideran referente en el conocimiento de nombres de calles, instituciones y otros espacios públicos. Si bien aquel fue un trabajo minucioso y con mucha dedicación (de los autores y de varias personas más, entre ellas jóvenes integrantes del Taller Literario Horacio Quiroga, que dirigía Leonardo Garet), digo con total sinceridad que no creo ser un referente en el tema, por varios motivos. Sobre todo porque el nomenclátor ha cambiado mucho en estos casi 20 años transcurridos. Si se observa la sustitución de algunos nombres por otros y/o el agregado de nombres nuevos, dos décadas es mucho. De todas maneras, no precisa ser especialista para comprobar (es una opinión personal por supuesto) que el manejo que se viene haciendo en Salto con estos asuntos es, al menos, desprolijo.

Haré un par de puntualizaciones, sin entrar siquiera a profundizar en algo que estamos convencidos, y es que la Comisión de Nomenclátor de la Junta Departamental tiene mucho menos que los conocimientos más elementales y necesarios sobre su materia. Pero no son en concreto sobre esto último las puntualizaciones de hoy, sino las siguientes:
1-No compartimos que espacios públicos (calles u otros) lleven nombres de personas vivas. Nuestros argumentos son varios, pero enfatizamos en que la persona homenajeada nunca está exenta (nadie lo está) de convertirse en el día de mañana, por el motivo que fuese, en un mal ejemplo para la sociedad. Entonces, ¿qué hacemos después con el nombre dado? ¿Lo quitamos? Esa tendencia tan de moda, parece responder más a “quedar bien” con alguien (persona, grupo de vecinos, sector político, etc.) que a hacer un bien a la sociedad en su conjunto. Se podrá decir que los reconocimientos deben hacerse en vida; bien, pero hay muchas formas de reconocer a alguien, no necesariamente con algo tan trascendente como dar su nombre (supuestamente para siempre) a un lugar que es de todos. De hecho existía una ley (no tenemos claro su vigencia y alcance hoy) que establecía que debía pasar cierta cantidad de años luego de fallecida la persona para recién dar su nombre a un espacio público. Esto, porque se entendía que si en esos años no surgió nada en contra, recién entonces el nombre estaría “limpio”, apto para ser asignado. De paso agreguemos, que quien hace el bien, no lo hace esperando ver un reconocimiento, por lo que daría lo mismo hacerlo en vida o no, ¿verdad?
2-La avalancha de nuevos nombres de calles que hubo en Salto últimamente, lejos de ser un buen homenaje a esas personalidades, les jugó en contra. ¿Por qué? Porque en el montón se perdieron las individualidades. No daba el tiempo de estudiar (para cualquier ciudadano, pero pienso también en niños o jóvenes junto a su maestros y profesores) sobre la vida de uno de ellos cuando ya aparecía otro. Lo invito a que haga una encuesta: pregunte a los salteños dónde están las calles Lacy Duarte y Artigas Milans Martínez, y además, que le hablen algo de ellos. Saque usted sus conclusiones.
En definitiva, 20 años han sido mucho, demasiado, y no se han aprovechado para una justa valoración de nuestras figuras.

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