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La ciudad amanece con ese ruido particular del golpecito de las persianas que se levantan. El sol no termina de decidir si sale. Últimamente está todo tan raro, fíjese que en 25 días, noviembre nos dio primavera, verano, otoño y hasta invierno. En una parada de ómnibus de Saladero, una señora comenta que al fin taparon el pozo que llevaba meses tragándose ruedas y paciencia. “Milagro”, dice, acomodándose la cartera mientras avisa a viva voz (qué peligro) que va al BROU a hacer fila para poder, a mediodía, tener “un préstamo de esos que están dando para jubilados”.

En la placita de barrio San Martín, un vendedor jura que el precio del tomate “va a bajar en cualquier momento”. Y que “aprovechen que ahora la lechuga está barata”. Casi al lado, un adolescente ofrece plantines de albahaca criados seguramente en la azotea de su casa, orgulloso de que ya trabaja, se siente grande.

En calle Uruguay, frente al BPS un músico callejero, con acordeón, interpreta una versión de un viejo tema de Serrat. Suena raro, pero detiene igual a quienes andan apurados. A unos metros, un turista pregunta dónde queda la costanera “más pintoresca” y tres vecinos responden al mismo tiempo, cada uno señalando una dirección distinta. Nadie coincide, pero todos ayudan. Esa es la esencia: la geografía es debatible, la buena voluntad no.

En nuestro Hospital, estudiantes voluntarios terminan de pintar mural en el patio de Pediatría. La alegría que brota de sus colores vence cualquier imperfección. Un camillero los observa y asegura que “esto levanta el ánimo más que algunos tratamientos”. Después sigue su ruta, empujando una camilla como quien empuja un pedazo imprescindible del mundo. De Emergencia mejor no hablemos, la gente sufre de dolores y de espera interminable.

La hora pasa. Plaza Artigas es escenario de una coreografía improvisada por un grupo de adolescentes. Saltan, bailan… Nadie entiende demasiado qué ensayan, pero tampoco hace falta. En un banco cercano, un jubilado alimenta palomas y se queja del calor que todavía no llegó, pero ya molesta igual. “El clima está raro”, dice, como si hablara del país entero. Y el tema que se impone es que pronto no se permitirá fumar más en la plaza.

Alguien observa el panorama y ya imagina cuando llegue la nochecita, Los autos bostezarán frente a los semáforos. Un delivery en moto sin luz frenará un segundo en la rotonda de Barbieri y Leggire, observará las luces que tintinean y pensará “qué bravo esto de estar haciendo malabarismo y pidiendo monedas…No sé si es linda o fea esta ciudad, pero es mi ciudad”. Y arranca, queda atrás ese pensamiento fugaz que podría haber sido titular, poema o simplemente otra anotación callejera.

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